Por. Luis Román


” Yo soy la resurrección y la vida,
Quien cree en mí, aunque
Muera, vivirá…”
San Juan 11:25
I
Hoy mi madre Doña Galdina González, cumpliría 90 años de edad. La vida no le alcanzó para ver muchos acontecimientos que deseaba ver: el triunfo presidencial de AMLO, Reyna en la escuela primaria, conocer al hijo varón de su hijo Jorge, gozar la jubilación de mi hermano Juan y disfrutar la lluvia de junio en su rostro. Murió el 16 de mayo de 2015, unos días antes de su cumpleaños. Ya no le alcanzó la vida. Aunque por momentos creo que ella, ya sabía que la muerte estaba esperándola
Mamá de niña creció sola, entre los cuidados de mi bisabuela Concha; no conoció a su padre, era un hombre casado y le dejó el problema a mi abuela Adela. Quien se dedicó a trabajar de nana de niños ricos en la Colonia del Valle. Mucha de la ropa que los patrones ya no querían para sus hijos, se la regalaban a mi abuela y ella, se la ponía a Mamá. Zapatos o camisas de niño eran para mi madre, el mejor regalo.
Esa distancia, las separó. Muchas veces me dijo que cuando descansaba mi abuela y se quedaba en casa, a Mamá no le agrada. Ya las dos han muerto, y sólo las recuerdo. En cosas humanas, no hay que juzgar, sólo comprender.
De niña le gustaba correr bajo la lluvia mientras iba a la escuela primaria, pisar los charcos, jugar beisbol y su sueño era tener algún día un piano. Los Reyes Magos siempre le train un pequeño anafre y una muñeca de sololoy – cartón – que a la primera mojada se deshacía. Siempre espero su piano con desilusión.

Fue una infancia difícil, los hermanos de mi abuela, la mal vieron. Era la hija de un desliz entre su hermana y un hombre casado. Uno de sus tíos no le hablaba y le hacía limpiar sus zapatos llenos de cal y cemento, producto de su trabajo de albañil. Tenía que dejarlos implacablemente limpios.
Mi madre fue una aficionada al Voleibol, le gustó jugarlo en la escuela primaria, y hasta le llegó a gustar su maestro de educación física. Mi abuela le dijo que ya no podía seguir estudiando porque, la escuela secundaria no existía. Una mentira piadosa.
“¿Qué se sentirá tener un Padre y hermanos?” me preguntaba ya a sus 82 años. Mientras su mirada se perdía observando el cielo azul y las nubes blancas que tanto le gustaban.
De niña le fascinaba escuchar el radio, costumbre que nunca perdió. Mientras hacía su tarea, escuchaba el programa del “Panzón Panseco”; “La Hora Íntima de Agustín Lara”, y las radionovelas. A sus 80 años para dormir encendía el radio y se quedaba dormida escuchando música.
Mamá creció, tuvo que estudiar y trabajar. Fue Secretaría Mecanógrafa, llegó a escribir sin ver el teclado de la máquina y 80 palabras por minuto. Por ir al salón de Baile Los Ángeles de la Colonia Guerrero, Trabajó de galopina – quien lava la losa de los restaurantes – en un estudio fotográfico, le encantó eso de hacer retoques, fue puericulturista, en un jardín de niños. Le gustaba cantar bolero, canciones de Los Tres Diamantes, Los Panchos, Pedro Infante y tantos otros.
Era una romántica de hueso colorada, a todos sus hijos, que no fuimos pocos – siete, una mujer y seis varones – siempre nos decía ‘Mi Amor’, ‘Cariño’, y nunca dejó de darnos la bendición. Lloraba al escuchar una canción.
Mamá tuvo muchos novios ‘Fui bien noviera’; y al final se quedó con mi Padre. No fue fácil convivir con el alcoholismo de Papá. Fueron años duros, desagradables, de penurias, de hambres, de golpes. Pero ahí nací, y allí Mamá me enseñó amar la vida. A tener siempre una sonrisa.
Su sueño era terminar con la vejez al lado de mi padre. El destino no le concedió ese deseo. Papá murió en 1986, a los 54 años de edad. Mamá se quedó sola, desde entonces su ausencia y la viudez la fueron minando poco a poco.
“! Me gusta mi mes de junio, porque en la mañana hay mucho sol, y en la tarde llueve, luego sale el sol, y el arcoíris. ¿Sabes? ¡Y hay golondrinas!” me dijo muchas veces mientras la lluvia de junio la bañaba. Y ella alzaba su carita hacia el cielo, y abría sus brazos, recibiendo la bendición de la lluvia.
Le encantaba el canto de los jilgueros, de las alondras, de los dominicos, y era una amante de las flores: las rosas, los claveles, huele de noche, glorias, azucenas, buganvilias. En su prado, llegó a sembrar un platanal, mismo que dio frutos, pero desde que ella no está, el árbol no ha dado fruto alguno. Su gato aún la extraña.
Hoy es 2 de junio, hubiera cumplido 90 años de edad. Está viva en mi mente, en mis recuerdos, me veo al espejo y la miro – dicen que, de todos sus hijos, yo me parezco más a ella – la lluvia de junio es una puerta de recuerdos que me lleva a escribir estas líneas.

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