3a Parte
Yo escribo
Porque el escribir
Me da el más
Grande deleite
Artístico.
Si mi trabajo
Les gusta a pocos,
Me doy por satisfecho.
Sino les gusta,
No me causa dolor.
Oscar Wilde
I
Los procesos contra Wilde lo exhibieron como homosexual, no como un ser humano. Se llegó al grado de juzgarlo por haber “escrito un libro abominable” como era catalogado ‘El Retrato de Dorian Gray’. Un libro inmoral, donde el propio Wilde lo defendió diciendo “Cada hombre ve sus propios pecados en Dorian Gray” ( Ibíd. p. 87)
La defensa fue más humana al defender a Wilde y a su obra “ El Retrato de Dorian Gray es una alegoría pura y simple. El Señor Wilde no puede ser juzgado con los mismos patrones que se utilizan para juzgar a otros hombres, pues es un literato muy original. Un gigante intelectual” ( ibíd.. 90)
El fiscal se portó como un bárbaro, presentó el testimonio de una de las recamareras quien dijo “Una de las mucamas vino a quejarse del estado de las sábanas de la cama donde dormía el señor Wilde, estaban manchadas de una forma especial…asquerosa” (Ibíd. 99).
Wilde gustaba de hacer orgías con jóvenes en el hotel savoy. El pretexto para refugiarse en ese lugar y estar lejos de sus hijos y esposa, era que en casa no se concentraba. Alquilaba tres habitaciones cuando escribía, incluso todo un piso. En realidad llevaba ahí a los jóvenes homosexuales.
Sheller – uno de los testigos – dijo “ El señor Wilde me dijo ¿ Vendrás al Savoy? Me beso, había bebido mucho, estaba borracho y compartimos la misma cama. Después, me regalo una colección de sus libros y me dedicó “ El Retrato de Dorián Gray” con la sentencia “ A alguien, que amo mucho”; después vendí los libros, no me interesa leerlos.” (Ibíd. 104).}
Al final de los tres procesos, el juez dictaminó con esa moral victoriana “ El crimen por el cual Oscar Wilde y Alfred Taylor han sido condenados es terrible que uno debe frenarse para no describir con lenguaje soez todas las atrocidades cometidas por este par de individuos.
La sentencia que este tribunal impone a cada uno es de dos años de trabajos forzados” (Ibíd. 140)
El juez se levanto para evadir preguntas, Wilde hizo lo mismo y le grito desesperado “¿ Y yo? ¿No puedo decir nada Señoría?”.
Comenzaba el ocaso de unos de los más grandes autores en lengua inglesa. Su fama se había acabado.