Por. Luis Román

Escritor


“El judío que muere sin prole y hacienda ha muerto plenamente, ha vuelto a a nada, nadie sabrá de él porque no hay obra que atestigüe su existencia. En cambio, el que muere con hijos y hacienda sigue viviendo en sus obras”
Talmud
I
El hombre fue castigado por dios, por haberlo desobedecido. Comió del fruto prohíbo del conocimiento “El pecado original no es sino un pecado de desconfianza, de falta de fe y mucha curiosidad. Un pecado contra dios, la soberbia. El que quiere bastarse a si mismo es un soberbio. La filosofía no es sino soberbia” (Zea, Leopoldo. Introducción a la Filosofía, Ed. UNAM, 1986, p. 145).
Para la religión judía la confianza en la palabra es la clave. En un principio fue el verbo, la palabra. Y dios ha pactado con el hombre, el ser superior ha creado un decálogo ético que regula el comportamiento de los hombres y limita sus apetitos. A cambio, de otorga al hombre vida y frutos de la tierra.
Dios es la palabra, cumple siempre, quien desobedece porque no cumple su palabra es el hombre.
El judío exige a dios ¡Enséñame! Y esto lo hace dios a través de las palabras. Dios siempre cumple lo prometido.
La verdad para el judío tiene un sentido moral, la verdad se concreta en los actos de los hombres, la verdad es algo que se realiza con las obras de los hombres, no es algo que exista desde antes.
La verdad va a depender de la bondad o maldad de los hombres. La existencia o no existencia de las cosas dependen de dios.
“Para los judíos permanecer no es vivir eternamente, permanecer para el judío es vivir en sus obras aunque no en su persona. Se permanece teniendo hijos y riquezas para los hijos, para que éstos sigan sirviendo a la gloria de dios” (Ibíd. 149).

El judío vive en sus obras aunque muera físicamente. La muerte física no es la muerte, muerte es la muerte en las obras.
“El judío que muere sin prole y hacienda ha muerto plenamente, ha vuelto a a nada, nadie sabrá de él porque no hay obra que atestigüe su existencia. En cambio, el que muere con hijos y hacienda sigue viviendo en sus obras” (Ibíd. 149).
La gran aspiración del judío es morir a tiempo, cuando haya dado frutos, asi como el trigo cuando ya está maduro, cuando ha dado sus frutos.
Los Proverbios dicen “El que obra bien tiene derecho a largos días y años de vida y paz, de riquezas y paz” (Santa Biblia, Ed. Parroquial, México, 2012, p. 456).

II
La sabiduría del judío, es saber actuar en la vida, es un saber de experiencia en la vida. Sabe más el que ha vivido. Es un saber práctico.
Sabio es quien sabe como comportase en la vida. Para el judío la vida es un camino fácil o difícil  según el individuo sepa dirigirse en la vida, por el camino recto o el engañoso.
Hay dos tipos de sabiduría, la del justo y la del soberbio. El primero sigue la palabra de dios, el segundo se aleja de él, y le da la espalda.
El hombre debe hablar de su comportamiento a través de sus obras, no de las palabras. La verdad está en las obras y no en las palabras.
Dios habló con obras, al hacer el mundo, de igual mundo el hombre. El afán del judío es morir con obra, porque en las obras se salva. El que no tiene obra no se salva.
El hombre debe continuar el ejemplo de dios, de la nada hizo al mundo y la luz. El hombre debe engendrar hijos y hacer fructificar la tierra. El hombre debe continuar la obra creadora de dios.
El hombre para el judío debe emular a Dios, tener prole y obras. Su paso por esta vida estará más que justificado.
De esa manera cuando se llegue el momento de la muerte, habrá cumplido los mandatos de Dios. Su vida habrá tenido una misión divina.
Hoy en estos días de angustia en pleno ascenso de la pandemia muchos nos preguntamos ¿Qué hemos hecho de nuestra vida? ¿Qué hemos de dejar a nuestros hijos?¿ Que obras hemos hecho?¿ Que dejaremos?
Son tiempos difíciles y de mucha reflexión teológica, filosófica y religiosa. Al final el hombre está hoy al desamparo de la incertidumbre.

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