La Pasión y Muerte de Jesús Según Los Evangelios Apócrifos.

III
En 1991 Editorial Porrúa publicó ‘Los Evangelios Apócrifos’ (1991). Una verdadera joya literaria, filosófica y filosófica al alcance de todos en su Colección Sepan Cuantos.
De dicho texto rescato los siguientes relatos:
IV
En su salida hacia Egipto, María, José y el Niño Dios, cruzaron el desierto por la noche. Sólo la luna iluminaba su camino, no se dieron cuenta de que detrás de unas dunas, se resguardaba una banda de ladrones. Eran doce, diez de ellos dormían y dos estaban al alba por si cruzaba el camino un forastero, para asaltarlo. Uno de ellos, vio de lejos a la sagrada familia, y le comentó a su compañero “! Anda despierta a los otros, ya cayeron estos ingenuos!”. Mientras sacaba de sus ropas una daga y daba a su amigo un filoso cuchillo.
El otro hombre, lo miró y dijo “!Eres un bárbaro, no ves que traen un niño en brazo”!.
“¿Y eso qué nos importa? No es mi problema”.
“! Por Dios, no lo hare, antes les diré que se vayan de aquí!”
“! Tú que les avisas y yo que te tasajeo como carne seca!”. Tan luego dijo esto el hombre, el otro, corrió hacia la sagrada familia, y los ahuyento “! Váyanse de aquí! ¡Tú hombre vete con tu familia!! No ves que estas tierras son de ladrones!”. María lo escuchó y dijo a José “! Hazle caso a este hombre!”.
Transcurrieron 33 años. Cuando Jesús estaba crucificado, entre dos ladrones, uno de ellos, se burlaba de él “! Si eres hijo de Dios sálvate y ayúdanos!”, le gritaba. El otro, lo oyó y gritó “! Cállate, ni en la hora de nuestra muerte dejas de ser grosero. Jesús, yo creo en ti, ahora que estés en el cielo acuérdate de mí!”
Jesús sangrando por todo su cuerpo, volvió la mirada al ladrón que creía en él, hasta en el último momento de su vida. Y dijo “! De cierto os digo que estarás conmigo en el paraíso, tu respetaste la vida de mi madre y padre hace años. Hoy yo te salvare de la muerte!”.
Dimas, el buen ladrón alcanzó el perdón de nuestro Señor, no en la cruz, sino desde esa noche que impidió que asaltaran a la Virgen María.
V
Días después de la muerte de nuestro Señor Jesucristo. Pilatos piensa que ya se había librado de problemas de los judíos. Sin embargo, recibe un mensajero del Emperador Augusto, éste llevaba una carta que decía así:
“Cónsul Pilatos: Recibe de Roma un abrazo. Asimismo, te pido ordenes de inmediato a tu gente, envíes al médico judío que cura a los enfermos, devuelve la vista a los ciegos, resucita a los muertos, multiplica los panes y detiene las aguas furiosas del mar. Mi amada esposa, se encuentra enferma y nadie en Roma ha podido sanarla. Tiene la sangre podrida dicen los médicos de mi corte. Y la fama del nazareno ha llegado a mi palacio. Por lo cual te ordeno de inmediato hagas todo lo posible para que el médico llegue a mi Palacio…”
Pilatos al leer la misiva, guardo silencio, dio vueltas, el mensajero esperaba. Y sin gesto alguno, respondió “! Dile a Augusto, que Jesús, el médico que me pide lo lleve a Roma, ha sido crucificado por Herodes y su pueblo hace apenas unos días!”
El mensajero lo miró y respondió “¿Y no hiciste nada por salvar la vida de un médico que sólo sanaba a los enfermos? ¿Dónde estabas? Al César no le gustará escuchar esa respuesta tuya. ¿Y su cuerpo? ¿Su vestimenta? ¿Dónde están? Quiero ver su cuerpo, llévame a su tumba?”
Pilatos, palideció y comenzó a trasudar, “! Jesús subió a los cielos. Al tercer día de su muerte en la cruz, mis soldados fueron testigos de su ascensión!”
El mensajero no tardó en llevar preso a Pilatos ante Augusto, el viaje a Roma fue penoso para el Cónsul Romano. Atado, sin comer, vejado. Una y otra vez pedía a Jesús su ayuda.
Al llegar a Roma, Augusto escuchó la historia de Pilatos. Justo ese día la esposa del Emperador Romano murió. Fue tal la rabia de Augusto. Que ordenó el destierro de Pilatos hacia el desierto del Sahara. Donde se le abandonó, sin agua, sin ropa, camino desnudo. Nunca más se supo más del hombre que por miedo, no quiso salvar la vida de Jesús. El Médico que sanaba enfermos, pero que prefirió la política.

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