Por. Luis Román


“Qué injusta, qué maldita,
qué cabrona es la muerte que no nos mata
a nosotros sino a los que amamos”
Carlos Fuentes.
I
Mi madre tenía 82 años al morir, se fue el 16 de mayo de 2015. Desde que mi padre murió el 20 de diciembre de 1986; ella se quedó sola. Es cierto, la acompañábamos sus siete hijos, pero la ausencia de Néstor Díaz, la encerró en un estado de espera y nostalgia.
Su sueño era, llegar a los 50 años de casados y que en la iglesia le cantarán ‘Yesterday’ de Paul Macar Ney. La vida no le cumplió su anhelo. Sus últimos años se enclaustró en su casa, ya no tenía ánimo de salir a la calle, más tarde la osteoporosis se adueñó de sus rodillas, primero era el dolor al caminar, luego, un dolor intenso que ni cinco pastillas de Ketorolaco le quitaban. Tampoco la mariguana con alcohol untada en sus rodillas le atenuaba el dolor, a veces era tan intenso el malestar, que prefería unos tragos de tequila.
Vino el bastón, uno al principio, luego dos; nunca se acostumbró a la andadera “!Ay hijo ese cuento que dices de la Esfinge es cierto. ¡Nace uno y gatea, luego camina y ve cómo termina uno!”. ¡Se llama “! Edipo!” le respondía, “Pues ese, tenía razón”.
Sus días eran despertarse a las 4 o 5 de la mañana, tomar café, se quedaba con el radio encendido toda la noche. A un lado de su recámara, una jarra de agua y un vaso, por si tenía sed. Acomodaba unos perritos de peluche que fueron sus compañeros de sueños, y siempre recostada con la cortina entreabierta, le encantaba mirar la luna y las estrellas.
Nunca pudo abandonar su afición de tener pajarillos y un gato. Regaba alpiste en la azotea y patio para que bajaran las decenas de coconas y cuervos que pasaban rumbo al jardín de Eduardo Molina. Afuera de su casa, dejaba comida para los perros de la calle. Aunque molestaba a los vecinos y clientes del Bar de a lado, nunca desistió.
Se levantaba, se bañaba y desayunaba. Luego leía el periódico, una revista de espectáculos. Trataba de arreglar la jaula de los loros. Y se sentaba a esperar a ver quién de sus siete hijos pasaban a verla, a acompañarla, a platicar, a recordar el pasado familiar.
“! Ay hijo te sabes viejo, cuando diario piensas en la muerte. Cuando tu cuerpo ya no te responde. ¡Cuando eres una carga!” y lloraba en silencio.
II
Por azares de la vida dejé el barrio de mamá casi cinco años, regresé en 2010, y desde entonces me convertí en su cocinero, su sirviente, su confidente. Pasaba por la mañana y le preparaba el desayuno. Después me iba a trabajar, ella nunca dejó de darme la bendición. Hoy extraño ese rito que tienen las madres de México.
Regresaba del trabajo, y estaba ahí, sentada en el comedor o en el patio, mirando a los pajarillos que bajaban a comer y a acompañarla. Preparábamos la comida, ella me decía que hacer y cómo hacerlo, y yo sólo reunía y preparaba los menjurjes.
Al terminar de comer, se dormía viendo la televisión, esperaba que llegara mi hermano Juan, que vivía con ella y me retiraba. ¡A veces me hablaba por teléfono “! ¡Ven a guardar a los loros!” y la obedecía.
Mi madre era noble, nunca nadie salía de su casa sin algo que comer. Nunca le tembló la mano para compartir.
En diciembre de 2014, se le antojó de cena de fin de año, un pavo relleno “¿Me ayudas?” le dije que sí. “! Para el año que entra ya no voy estar hijo!”, me decía, “¿Por qué?” le respondía “! ¡Ya me voy a morir!”, “! ¡No digas eso!”. Sentía un dejo de dolor cuando me decía esto y mejor le cambiaba de plática.
III
¡Nunca asistía a los festivales que hacían en el kínder de Reyna, muchas veces me decía que iba y cuando pasaba por ella decía “! No hijo, ve tú, ¡diviértete con tu hija! ¡Sácale muchas fotos, tapiza tu departamento de fotos de ella!”.
Nunca iba, pero nunca dejé de invitarla. En el festival del 21 de marzo de ese 2015, si fue, hasta me extraño, pasé por ella a su casa y la llevé en su silla de ruedas y me nació una pregunta “¿Ahora porque si quisiste venir?”, me ordenó detener la silla, me miró y me dijo “! Porque ya no voy estar más, ya no tardo en morir!” y sus ojos se llenaron de lágrimas, la abracé y no dije nada.
En abril, dispuso cambiar su testamento y más de una vez al verla taciturna y callada le preguntaba “¿Qué tienes Madre?” y me respondía “! Ayer vino tu padre a verme, y me dijo: ‘Ya vámonos mujer…ya me voy ir hijo, tú eres quien más me va extrañar!”. Mejor cambiaba de conversación.
El 10 de mayo, pasé temprano a darle su abrazo, le regalé dinero y una botella de tequila. La esperé, se estaba bañando, al abrir la puerta la abracé, y la vi con los ojos llorosos “¿Qué te pasa?”
-“! Ya se fueron tu padre, tu abuela candelaria, mi mamá…sólo faltó yo. Ya me voy ir hijo…pero sabes ¿Si sabes hacer mole?”
Le dije que sí, y me pidió que le preparara mole rojo, arroz y pollo. Así lo hice, ella me guiaba con la receta. Cuando le dije que ya estaba, se sentó, me pidió le sirviera una pierna de pollo, arroz y un vaso de refresco. Más tarde, vino mi Hermano Néstor y trajo un pastel. Volvió a comer mole. Estuvo feliz, mayo le gustaba por ser tiempo de sol, de flores, y de lluvia. ¡Pero más le agradaba junio, ella había nacido el 2 de junio “! ¡Es cuando vienen las golondrinas y la lluvia!” decía.
han pasado ya nueve años de su muerte. Y aún la extraño, mi madre Galdina González González me regalo la vida. Me enseñó a caminar, me daba sus manos, esas manos que lavaban la ropa de sus siete hijos, que cocinaban y cosían ropa vieja y sucia. Después esas manos ya no podían sostener ni una taza de café o un plato. Le encantaba caminar y correr, de niño siempre me levantaba para ir hacer ejercicio, con el paso de los años, Mamá ya no daba un paso sin dolor y sin sus bastones. Yo no sé si es cierto, pero dicen que la gente presiente su muerte, y mi madre así la vivió.
Sus ojos, esos ojos que me encantaba verlos cuando sonreía, porque pocas veces estaba triste o enojada, con los años se hicieron opacos y grises. De joven cantaba cuando estaba lavando en el lavadero, fue fans de los Beatles y la música de los 60’s. Con los años ya no la soportaba.
Mi madre nunca dejó de darme la bendición cada vez que me despedía de ella. Esa bendición que siempre me acompañó y hoy nadie me regala y extraño.
La muerte de una madre es como haber dejado la ventana abierta de tu recamara. Cada noche al cerrar los ojos me pregunto ¿Dónde estás Mamá? ¿Cómo es posible que de repente ya no estés? Es solo un recuerdo.
Han pasado nueve años y hoy recuerdo a mi mamá, tengo sus cenizas en su casa, la cual muchas veces de niño, cuando salía con mi padre de paseo me decía “! Ahí te encargo la casa, nomás regreso y está sucia y verás como te va ir!”
No dejó de ver y creer que sigue siendo su casa y que un día volverá a pedirme cuentas de su morada que tanto amó.

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