(4º. Parte)
Mi hermano, da todo por mi bien,
Mi hermano, va siempre junto a mí
Y cuando la paz termina en mi vida,
Él hace que ría y olvide mí mal,
Mi hermano, mi hermano.
Mi hermano, sé, sé que es mejor que yo.
I
10 pm
8 – Nov – 24
Ahí esta el cuerpo de Juan. El ya no es, ha dejado de ser. Sin espíritu el ser humano ya no es. El espíritu esta ausente, y como dice el Evangelio, Dios nos dio un espíritu valiente para vivir.
Pienso en Aristóteles, nuestro espíritu es un pedacito de Dios. Todo ser humano tiene algo de dios y de divino.
Juan o su cuerpo no muestra mueca de dolor, ahí está, nunca me lo imagine verlo así. La vida no tiene lógica. Es una historia contada por un idiota. Juan se preocupaba siempre por tal conocido que había estado en terapia un mes o por la suegra del pastor – su amigo – y ahora el ya no esta en este mundo.
Todo ha sido tan rápido, en menos de 45 días la salud de juan se cayó, se desvaneció y pareciera que él no hizo nada por ganar vida. Fue como si el mismo, aceptara este desenlace.
Veo a Juan dentro del ataúd, y me comunica serenidad. Reyna llora, no lo puede creer. Miro a su novia, quien apenas conocí. Allí esta, junto a sus dos hijos. Sé poco de la señora, por lo que Juan me contaba.
Me resuenan en el oído las palabras de mi hermano Juan, quien en más de una ocasión me dijo en puntos briagos “¡¿Qué querían mis hermanos? ¡¿Quién se iba a fijar en mí, con este vicio¡?
“No digas eso…no te subestimes, tu y ella valen mucho como seres humanos” le decía con un nudo en la garganta.
Creo que al final de la vida, uno termina siendo un perfecto desconocido para todos, para la familia y para uno mismo.
¡Veo a Elizabeth y sólo le digo “! Gracias señora, por los momentos que usted hizo feliz a mi hermano!”
Amores extraños y trágicos, ella nunca hubiera sabido nada de Juan, si yo no le hubiese hablado. Ella ni siquiera sabia donde vivíamos. Así es el amor.
¡Juan a veces me decía con dolor “! ¡Nunca le voy a poder dar una casa a mi novia”! y casi se le quebraba la voz.
Nunca le pregunte a Juan nada de Elizabeth, sólo sé que la conoció como madre de uno de sus alumnos. Tal vez 15 o 20 años duro su relación. Pero sé y vi, que él la amo. Lo rescató de su soledad.
¡Aunque a veces Juan me decía en las tardes, mientras picaba la fruta de sus cuervos y loros del llano “! ¡La soledad es cabrona hermano…!”