El Mundo
La Fama y Gloria de
México Tenochtitlán
Continuará…”
Códice Borbónico.
I
A veces recordamos a los buenos y mejores profesores que tuvimos en nuestros años escolares. A los ‘Barcos’, los corruptos, los que no sabían ni papa de la materia, pero ahí estaban al frente del grupo.
Han transcurrido 34 largos y pesados años, desde ese jueves 19 de septiembre de 1985. Acababa de empezar el semestre, había pasado a quinto semestre en el Bachilleres 02 ‘Cien Metros’. Adeudaba una sola materia: Algebra de Primer Semestre, la había presentado ya más de cinco y veces y nada de pasarla. Ese era mi problema.
El semestre comenzó el 2 de septiembre, días después, se fueron presentando los profesores de las diversas materias. Uno de ellos, del cual no recuerdo su nombre, pero si su vestimenta y la materia: Administración de Recursos Humanos II.
Era un tipo alto, mal encarado, siempre llevó un traje azul marino, sombrero, le daba un aire a Clark Clerk, el famoso Superman. Era odioso el hombre. Entró al salón el primer día, no dejó entrar a nadie más. Primera regla, después de él, nadie entraba.
Pasó lista, y dictó sus normas que imperarían en el semestre: teníamos que fotocopiar un engargolado que nos dejó, eran unas notas escritas a máquina mecánica sobre las teorías administrativas de recursos humanos: Teorías X/ Y, Taylor, Fayol, motivación, incentivación etc.
Cada clase teníamos que entregar un control de lectura de esas notas, en una sola cuartilla. La primera evaluación, sería sobre la lectura y resumen del libro “México Bárbaro” de John Turner. Había que describir las condiciones de esclavismo que imperaban en las haciendas henequeras del Porfiriato en el Sureste del país.
El resumen tenía que ser engargolado, en un máximo de 15 cuartillas, a doble espacio y con referencias bibliográficas. ¡La fecha de entrega se programó para el jueves 19 de septiembre a las 7 am y hubo una advertencia que no olvidé jamás “! No hay prórroga para la entrega del primer trabajo, así se caiga el mundo, llueva, truene, relampagueé, ese día aquí estoy, y quien no entregue el trabajo, ¡está reprobado en el bimestre!”
¡Alguien del grupo preguntó a los compañeros de 6º y 4º semestre que ya les había dado clase el tipo, y hubo una sola respuesta “! Es ojete, mejor entreguen el trabajo. ¡Este guey no falta ni, aunque se muera su madre!”.
Bajo esa advertencia, por la tarde, le pedí a mi hermano Néstor, que en ese entonces pagaba mi manutención, por el libro. Me dio el dinero y al día siguiente saliendo del Bachilleres, fui al centro histórico, a buscar el libro. Todavía estaba la euforia de la venta de los libros de texto para secundaria. Librerías como Porrúa, De Cristal, El Sótano, y Las de Viejo no tenían el libro, lo vine encontrar en una librería de Santa María La Ribera.
Tan luego lo adquirí comencé a leerlo. Y lo termine, pronto. No me tarde más de 10 días, lo engargolé y mucho antes de la fecha establecida ya lo había terminado. Mis compañeros, lo dejaron al último, unos ni siquiera habían comprado el libro, otros pensaban que el maestro daría prorroga.
II
No sé por qué esa etapa escolar casi no la recuerdo, ni la añoró como otros. No me gustó y no me gustaba. Era un eterno solitario, a pocos les hablaba, y lo mejor de esos años, era ir a las bibliotecas de la ciudad, leer las obras Completas de Alfonso Reyes, ir a la librería del PMT en la calle de independencia– Partido Mexicano de los Trabajadores – y hojear las obras completas de Lenin, ver canal 9 que en ese entonces era cultura, perderme en las calles del centro y sus librerías de viejo. Tener uno que otro amor efímero y mucha pasión por la mujer.
Llegó el jueves 19 de septiembre, me levanté a las 5 de la mañana, mi madre me dio de desayunar, me bañé, y alisté mis cosas. Salí de casa a las 6 am, camine de casa al metro Eduardo Molina y de ahí hasta la terminal, en la estación Politécnico, que en ese entonces no estaba el paradero de autobuses que hoy sólo afean, contaminan y esconden a los ladrones. Era un lugar apartado y solitario de la ciudad de México.
Desde entonces tengo la costumbre de ir leyendo en el transporte colectivo, me choca no tener nada que leer y sólo ir viendo a los pasajeros. Sabia que muchos de mis compañeros no llevarían el trabajo, yo lo engargolé de una pasta azul marino y arillo rojo.
Salí del metro, caminé y atravesé los puestos de comida que estaban cerca de la escuela, mostré la credencial al vigilante. Me encaminé hacia el edificio 5, subí al segundo piso y me introduje al salón 504. Eran las 6. 50 am de la mañana, el viento recorría los pasillos, el sol todavía no despuntaba. Desde los ventanales del salón, se apreciaba la avenida 100 metros y la zona industrial, así como los campos de fut bol del IPN.
En mi pupitre dejé mi morral, llegaron dos o tres compañeros, sí train el trabajo, pero incompleto. Nos pusimos a platicar cerca del escritorio, cerca de la ventana. Uno de ellos, nos ofreció un cigarro, lo rechacé, no toleró el humo. Comenzaron a fumar y hablar de banalidades.
Transcurrió el tiempo, nos cansamos de estar de pie y nos sentamos sobre los pupitres, uno estaba contando chascarrillos. Cuando de pronto, comenzamos a sentir que nuestro mundo se movía, el edificio comenzó a crujir, la puerta de abría y cerraba, tuvimos que ponernos de pie, el movimiento telúrico por un poco nos tira de los pupitres. Vimos por la ventana cómo los postes, autos, y anuncios espectaculares se movían como objetos de papel.
¡Los pocos alumnos que estaban en el mismo segundo piso, comenzaron a correr y a bajar desesperadamente las escaleras “! ¡¡Está temblando!!Bájense!”. Se escucho un grito, de inmediato salimos del salón.
Las escaleras y sus escalones se hicieron eternos, las compañeras, gritaban y otras lloraban. Entre empujones y sollozos llegamos a la salida. Buscamos un lugar lejos de árboles y edificios. Todos los estudiantes, se paralizaron ante ese vaivén infinito de la tierra.
Pasó, tenía que acabar. Se escucharon al poco rato, las sirenas, las ambulancias, nos dimos cuenta que se había ido la luz de la escuela. Traté de llamar a casa para saber cómo estaba Mamá, ella se angustiaba por los temblores, lloraba como una niña ¡Puta suerte! ¡el teléfono de monedas no daba línea! Busqué otro teléfono en la calle, tampoco, el metro se detuvo. No tuve otra, que esperar ¿Qué hacer?
Aparentemente aquí en esta zona, no había pasado nada. Eran las 8.30 am. Poco a poco, iban llegando los compañeros. Uno de ellos que vivía en la calle de Estanquillo en el mero Tepito, venía pálido, ¿Qué pasó Omar? Le preguntamos, su respuesta tardó, ¡nos miró con esos ojos grandes de mulato que tenía y nos dijo “! ¡No mamen cabrones, se cayó el edificio Chihuahua de Tlatelolco!” y comenzó a llorar.
¡Otros decían “! ¡En Todo el eje central están caídas las casas y edificios!”, “! ¡Vi como cayeron los vidrios y cortaron en dos a un perro!”. ¿Sería cierto? Si aquí, no había pasado nada. Pero poco a poco, los compañeros y conocidos relataban lo que habían visto en su camino a la escuela.
Notamos que la escuela no era la misma, faltaban muchos estudiantes. Nadie volvió a los salones. Buscaron a la directora y al subdirector, nunca llegaron. El tránsito vehicular era pesadísimo en 100 metros.
Eran cerca de las 9 am ¿Qué hacer? Todos estábamos angustiados por saber que había pasado. Algunos de los compañeros sintonizaron sus radios o grabadoras que a veces llevaban. Jacobo Zabludovsky, el eterno informador de ese entonces, daba cuenta de lo ocurrido en una crónica que todavía hoy es digna de verla y escucharla a través de su teléfono satelital. “! ¡He vivido toda mi vida en la Ciudad de México, y puedo decir que nunca había visto nada igual!”.
III
De un grupo de 35 o 30 alumnos, sólo habíamos llegado unos 15 o 16, la pregunta era ¿Qué hacer? ¿Esperábamos al profesor o nos íbamos? Todos querían regresar a sus casas. Se votó sobre cuál decisión tomar: o nos quedábamos o nos íbamos. ¿Cómo se iba a oponer el profesor ante una emergencia como la que parecía estaba ocurriendo?
Decidimos irnos y negociar la entrega del trabajo para el martes 24 de septiembre o buscarlo al día siguiente.
Cada uno llegó a su casa como pudo, yo no encontré transporte y llegué caminando. Cual sería mi sorpresa al ver casas caídas, tomas de agua rotas, y el vital líquido tirándose, muchas fábricas de Congreso de la Unión totalmente destruidas. Ya en casa, vi a mi madre, nos abrazamos y lloró. Estaba bien. En casa no había luz ni agua, pero todo bien.
Conforme íbamos escuchando la radio nos dimos cuenta de la dimensión del terremoto. El Gobierno tardó en actuar. Mi hermano Enrique fue de brigadista a remover escombros.
La noche llegó y con ella el temor a una réplica. Al día siguiente, cómo pude me desperté y acudí a la escuela. No estaba abierta. Ni tampoco mis compañeros, marque a sus casas y no respondían. Tendría que esperar hasta el lunes. Vino al día siguiente una réplica que todo cimbró y sepultó.
Fueron días perros, de zozobra, temor y miedo. El Estadio de Beisbol del IMSS fue una gran morgue. Decenas de cadáveres comenzaron a llegar. El SEMEFO no se daba a abasto. ¡Un amigo que era soldado me contó “! Entre los escombros levantábamos piernas, brazos, y otras partes del cuerpo. La orden era tirarlos entre los ladrillos. ¡En los tiraderos, fue un festín para perros y ratas!”
En la colonia el agua potable se acabó, tuvimos que abrir los registros de agua de la calle. Por las noches era una boca de lobo. Los alimentos escaseaban. La energía eléctrica apagó todo. Hasta las ganas de defecar y orinar se iban.
Llegó el día lunes, la emergencia no había pasado, ¡la Jornada que entonces tenía días de haberse creado, difundía que en Europa se decía que “! ¡La Ciudad de México No existe!”. Se daba una magnitud de 9.0 grados, había sido un terremoto. Llegué a la escuela, ya estaba abierta, junto con los compañeros del grupo anduvimos preguntando por el profesor. No tuvimos éxito. Nos regresamos, al día siguiente, todo mundo llegó temprano y con su trabajo.
Entró el profesor, nos miró con cierto desprecio, comenzó la clase, ¡y todos al unísono le preguntamos si no iba a recoger el trabajo y hubo una sola respuesta “! ¡Se los dije, así se cayera el mundo yo recogía el trabajo el jueves 19…yo llegué aquí a las 11 am…no había nadie…todos reprobados!” y siguió con la clase.