Por. Luis Román


“He presenciado formas
De ira y del vicio que convierten
A la vida en algo pestilente…”
Ricardo Garibay

I

Los libros guardan un secreto o magia, con el paso del tiempo cada línea o página nos dice ideas y concepciones nuevas conforme vamos teniendo más años. Es decir, un libro que leímos hace tiempo, y nos comunicó algo, hoy con más experiencia, más sinsabores y éxitos, podemos extraer más experiencias de ese texto. Es decir, los libros, como los hombres no son los mismos, cambian, y casi siempre cambian para decirnos eso que nuestros ojos de entonces no alcanzaron a ver.
Pese a que los libros son aparentemente los mismos, cambian. Expresan nuevas ideas, concepciones y sus palabras nos suenan llenas de vida o vacías. Un libro que no entendimos, hoy nos ayuda a explicar muchos sentimientos o al revés, hoy con el sabor de la vida, nada nos aportan.
Termine de releer “Beber un Cáliz” de Ricardo Garibay (Ed. Planeta, México, 1993) relato autobiógrafo del novelista y guionista, así como conferencista. La primera vez que lo leía, tenía 16 años. Estaba por concluir el bachillerato. Mi padre había muerto, y lo adquirí en la vieja librería Madero. Era una edición de Joaquín Mortiz.
Me conmovió ese relato de un hombre de 39 años, que ve morir a su padre de cáncer y gangrena. Relata a manera de diario personal sus impresiones de ese junio de 1962.
Describe los ardores y dolores del cáncer. La angustia de su madre, hermanos y el peso de la muerte en lo económico. Garibay nos dice que nunca fue tan abierto con su padre, le costaba trabajo hablar con él, pedirle perdón, la bendición. Antes lo recuerda como un hombre hosco, duro y distante. Pero responsable.
Él lo vela, y le ganó el sueño. Su padre ha muerto, no se tiene dinero para el entierro. Se tiene que endeudar la familia. Después, llega la reflexión, los recuerdos y un año después, junio de 1963, muere su madre de un infarto.
La vida duele, sin duda alguna. Pero más la muerte. Hoy con más de medio siglo de vida y cuatro muertes en mi familia: la de mis padres, mi hermano y mi hijo. Al releer el libro de mi admirado Garibay, encuentro huecos en su relato. Y no desde el punto de vista literario; sino humano.
Encuentro a un Garibay que le faltan palabras para describir sus sentimientos. Un escritor que no alcanza a pedir perdón, ni decir ‘Te amo padre’, por vergüenza.
Lo entiendo, una cosa es crear desde la soledad e inventar y otra muy distinta encarar a las personas. Frente a la muerte no caben ni los rencores, ni los odios, ni mucho menos la vergüenza. Eso he aprendido.
No soy nadie para corregir a un hombre de letras que en otros libros nos dejó más que asombrados. Sólo expreso mis sentimientos frente a la muerte que yo he visto, que yo conozco.

II
Era común que los padres de entonces, fueran lejanos, duros con uno. Y sumado, al temor que nuestras madres nos infundían “¡No hagas ruido que ya llegó tu padre!” “! ¡Cuando llegue tu padre le voy a decir que no quieres obedecer!”.
Todo esto, hacía que uno respetara al hombre que sabíamos que era nuestro padre, y tal vez poco a poco se iba disolviendo el amor filial.
Así lo escribe Garibay “No conozco nada de mi padre, nunca pude preguntarle nada de nada” (Ibíd. p.12).
Garibay dice “Mi padre tiene cáncer en el páncreas y gangrena seca. Nunca había sentido la vida acabándose a la muerte tan cerca de mí” ( Ibíd.p.14)

La enfermedad y agonía de un ser querido siempre es lenta y doloroso. Pasa una semana, transcurren 15 días y las cirugías, las expectativas y la fe se va erosionando.
Mi hermano Enrique pasó en el hospital más de 4 meses en el hospital. Mi padre estuvo casi 20 días. Mi madre murió en un día y mi hijo, se fue en unas horas. “Sólo pienso en la muerte, me dice mi padre” (Ibíd. p. 34)
El padre de Garibay tiene en 1962, 82 años de edad y padece cáncer. Pero todos alguna vez, o por lo menos quienes sobrepasan cierta edad, sólo piensan en el fin de la vida. ¡Mi madre solía decirme “! Ay hijo, cuando llega la noche, no puedo dormir, sólo de pensar en la muerte. Ya de vieja, sólo pienso en la muerte. ¡No quiero morirme!”
Nadie en su sano juicio quiere la muerte, Garibay escribe de su padre “Mi padre decía, yo no quiero morirme. La vida es tan hermosa” (Ibíd. p. 56)
Se cree o se tiene en mente que antes de morir una madre o padre tiene que darnos el último adiós a través de la bendición.
Mi madre lo hacía cada vez que la veía, mi padre casi nunca. Garibay le pesó pedírselo a su padre ya agonizante “Es mi padre, tiene que bendecirme, ¿cómo se lo digo?” (ibíd. p.56).
Después de la muerte de mi madre, he buscado, suplicado la bendición de viejecitas, amigas o gente que creo me estiman. Y ha sido como un bálsamo de fe y razón de vivir. Recrear, aunque sea por unos instantes esa esperanza de que alguien me encomiende a Dios mi vida y mi cuidado.






III
¡En lo que coincido con Garibay es cuando escribe “! El diario personal tampoco sirve. ¡No logro capturar lo que estoy viendo!” (Ibíd. p. 67)
Desde hace más de 45 años llevo un diario personal año con año. El diario de ese 1986 y ese 2015 cuando murió mi padre y mi madre. Son breves, escuetos y faltos de emoción. Porque esos días deje de escribir. Con mi hijo y con mi hermano, si pude lograr anotar más sentimientos.
La muerte llega siempre de repente, no avisa, nos aplasta. A mi madre le daba miedo cerrar los ojos, porque vendría la muerte. Si estaba despierta estaba viva. Otros no quieren cerrar los ojos para verla llegar. Siempre un gran misterio, el gran misterio de la vida: la muerte, diría Platón.
El padre de Garibay muere el 9 de junio de 1962. Se quedó dormido, y al despertar, lo encontró ya muerto. Ese instante maldito no lo vio, la muerte llegó y se llevó a su padre.
“Siempre es triste y fatal abandonar la vida” (Ibíd. 67) la vida nunca alcanza para llegar hacer lo que uno desea. Carlos Fuentes decía nunca habrá vida alguna que alcance para leer, lo que uno desea leer.
A mi padre no le alcanzó la vida para ver a sus nietos que tanto deseo, tampoco a mi hermano Enrique. A mi madre no le dio tiempo para ver un hijo varón de mi hermano Jorge. Mi hijo era un inocente. Tal vez le faltó tiempo para poder mirarme y sonreír conmigo.
Al llegar a viejo “La vida es repasar lo que fue la vida o como la viví” (Ibíd. p. 78). Un año más tarde, la madre de Garibay muere el 15 de junio de 1963. ¡cabrona muerte! ¡No se lleva a uno! ¡Se lleva a quienes amamos! – Carlos Fuentes –


Ya nunca volveremos a ver a esos seres queridos, ya nunca más nos verán sus ojos, ni tendremos sus risas o sus abrazos. “Es domingo, sólo un momento y cerraran la caja, y no volveré a ver a mi padre mientras viva yo” (Ibíd. p. 102).
A mi padre lo enterramos en el cementerio, junto a su papa´. A mi hijo y a mi madre los cremaron porque a ambos les daba miedo la soledad. “A mí me va a dar miedo quedarme sola en el panteón” decía mi madre.
Creo que el ser sepultado aumenta el duelo. Aunque para muchas religiones, no es válido tener las cenizas de sus difuntos en casa. En el caso propio por lo menos es un consuelo, saber que mi madre está en su casa y me acompaña en todo momento.
El relato de Garibay es bueno, pero le falta contenido y sentimiento. Al final como humano, siempre resulta difícil recordar a los seres queridos.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *