Por. Luis Román


“! El único camino que nos queda es la muerte.
Hemos escogido el camino de los redentores,
y estos nunca ven el fin de sus ideales!”
Miguel Hidalgo.
I
El 15 de septiembre los mexicanos celebraremos 213 años del grito de independencia. La hazaña histórica de un cura de pueblo, trascendió más allá. Pese a que los españoles al fusilarlo y cortar su cabeza, decretaron que nunca jamás se volviera a pronunciar el nombre de Miguel Hidalgo, su intento fracaso. México no sólo bautizó un Estado de su Federación con el apellido del prócer. No hay Municipio, Delegación, Pueblo o Comunidad donde una avenida no lleve el nombre del Padre de la Patria.
Recientemente se ha puesto a circular un billete de $200 con las imágenes de Miguel Hidalgo y José María Morelos. Maestro y Alumno, ambos profesores y curas.
¿Pero cómo era en verdad Miguel Hidalgo? El historiador Lucas Alamán – quien lo conoció, siendo éste un niño – señaló que “De mediana estatura, cargado de espaldas, de color moreno, ojos verdes, cabeza algo caída sobre el pecho, bastante cano y calvo, de 58 años, de pocas palabras en el trato común. Pero animado en la argumentación al estilo del colegio, poco alineado en su vestimenta” (México A través de los Siglos – T.III -, 1980, Ed. Pronexa, p. 178).
Es decir, esa imagen Hidalgo como un anciano, sereno e introvertido, es herencia del período porfirista. Donde se comenzó a acuñar la idea del “Padre de la Patria”.
¿Cómo puede ser un rebelde, un revolucionario, un guerrillero? Hidalgo era un hombre que vivió su momento, era y fue siempre un irreverente. Vivía en un mundo donde no estaba de acuerdo.
Era y fue un inconforme, vivía en una sociedad que todavía no moría y otra que él quiso construir.
Años antes de ser descubierta la conspiración que se planeaba para el 2 de octubre de 1810. La Santa Inquisición seguía de cerca las extravagancias del Padre de Dolores. “Es un hombre doctísimo y de mucha extensión, le gusta jugar cartas y es libre con su trato con las mujeres de mala nota. Ha dicho que la Universidad no es sino una cuadrilla de ignorantes, y que por eso ya no acudió a ella” (Carlos Herrejón, Miguel Hidalgo: Documentos y Testimonios, Ed. SEP, 1984, p. 34).
Sus feligreses comentaban que, en más de una ocasión, ¡les comentaba en el sermón de la iglesia “! No crean en eso del infierno, eso no existe. ¡¡Vivan, estén alegres!! ¡Fornicar no es pecado, si se hace con amor!”
Hidalgo fue un académico, no sólo estuvo en el seminario religioso, acudió a la Universidad de México. Como todo buen lector, buscaba libros de contrabando, los mercaderes franceses de telas, le vendían libros de Voltaire, de Rousseau, Diderot y todos los pensadores de la Revolución Francesa; así como de Platón, Aristóteles y otros clásicos. Leía en francés, latín y sabía algo de griego.
Un testimonio lo acusó de la siguiente manera “Tiene una orquesta en su casa, es amante de mujeres y representan obras de teatro traducidas por él, En sus reuniones se habla libremente de política y religión. Su biblioteca es como la de San Nicolás, está llena de libros prohibidos. En más de una ocasión lo he visto bailar con mujeres portando la sagrada sotana” (Ibíd.p.56).
Lamentablemente por la ignorancia de los peninsulares, al fusilarlo en 1811, se ordenó destruir todos sus bienes. Su biblioteca fue quemada, nunca sabremos qué leyó Hidalgo, pero intuimos que incluso pudo haber sido lector de Don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes.





II
La conspiración fue descubierta días antes del 15 de septiembre, el coronel Ignacio Allende acudió de inmediato a avisarle al padre Hidalgo de este terrible hecho ¿Qué hacer? ¿Entregarse? ¿Seguir adelante?
Cuenta Pedro García – lugarteniente del Padre Hidalgo – “Cuando fue descubierta la conspiración, Hidalgo estaba de visita en casa del español Félix Alonso, donde lo habían invitado a un baile que tanto le agrada. Allende preocupado, le urgía tomar medidas. El padre lo miro y le dijo:
-“! Cálmese coronel, estas son boberías, ¡¡tómese un chocolate y después me explica qué pasó!!Todavía hay tiempo para descansar, divertirse y comer!”
Al mismo tiempo llegaron otros involucrados en la conspiración y lo apremiaban. Hidalgo, tomó asiento, los miro, ¡mientras bebía su chocolate y les dijo “! El único camino que nos queda es la muerte. ¡Hemos escogido el camino de los redentores, y estos nunca ven el fin de sus ideales!”
Es decir, Hidalgo sabía que nunca vería el fin de su rebelión. De ahí que el tiempo que viniera tendría que ser bien vivido. Pero no sólo en darle gusto a sus pasiones: las mujeres que tanto amo, las cartas, el baile, el vino. Además, miró en decretar el fin de la esclavitud en nueva España, documento pionero en todo el mundo, ordenó imprimir un periódico de divulgación “El Despertar Americano”.
La vida nunca tiene finales felices, él lo sabía. Lo había leído, y lo había analizado. Era su hora. No titubeo nunca, nunca dudo en entregarse a las autoridades o continuar con su locura.
No tenía un ejército, tampoco había tejido relaciones en el exterior, sólo contaba con la ira, el coraje y descontento de sus feligreses. El profesor de teología y filosofía dejaba atrás las teorías y la especulación y se hacía a la praxis. En este momento se convierte en un revolucionario.
¿Cómo fue el grito de independencia? “Nada de repique de campanas, como se ha dicho, ni menos saquear a los gachupines. El acontecimiento tuvo lugar la noche del 15 de septiembre de 1810, al día siguiente – domingo – la gente llegó de madrugada para oír misa, vieron que la iglesia no se abría y comenzaron a murmurar, sobre la suerte del padre. Salió hidalgo y dijo ‘no existe ya para nosotros ni rey ni tributos, llegó el momento de nuestra liberación, ha llegado la hora de la libertad ¡Viva la Virgen de Guadalupe!” (Archivo General de la Nación, Documentos de la Independencia de México, 1978, México, p. 78)
En su camino llegó a reunir a 5 mil hombres con palos, piedras, azadones, palas y unos cuantos con armas de fuego. Se hizo del estandarte de la Virgen de Guadalupe. Hidalgo recreó de nuevo el culto a la guadalupana. La Virgen que forjó una nación, dirá acertadamente el cineasta Julio Bracho.
Así se inició la guerra de independencia, con un cura rebelde, profesor de teología y filosofía, amante de las mujeres y del teatro. Bohemio, alegre, nada solemne. Sabedor que solo una vez se vive y se muere.
Ante los ojos de Simón Bolívar, el refinado libertador de Sudamérica, lo ocurrido en México era digno de estudiar. Escribió “Felizmente los dirigentes de la independencia de México se han aprovechado del fanatismo proclamando a la famosa Virgen de Guadalupe por reina de los patriotas, invocándola y llevándola en sus batallas” (Carta de Jamaica, Ed. UNAM, 1981, p. 69).
El 30 de julio de 1811 horas antes de ser fusilado, colgaba de su cuello un escapulario con la imagen de la Virgen de Guadalupe. Frente al pelotón, les regaló dulces a los soldados y sólo les pidió un deseo póstumo: no disparar sobre la imagen de la Virgen.
La inquisición ordenó prohibir pronunciar su nombre, hablar de sus hazañas y realizar retrato alguno de su persona. Le fue cortada la cabeza y expuesta en la alhóndiga de granaditas hasta bien consumada la independencia en 1821.

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