El Reportaje al pie de la Horca

Por. Luis Román


(1º. Parte)



“En cada ser humano
Hay fuerza y debilidad,
Audacia y miedo.
Firmeza y vacilación.
Limpieza y suciedad…”
Julius Fucik


Confieso mi ignorancia, a veces a uno le caen libros en las manos, y han sido celebres, llenos de historia y termina uno leyéndolos y cuando termina uno buscando más información se sorprende uno de lo que hemos hallado: un verdadero tesoro bibliográfico.
Hará cosa de 5 o 6 años, que lo encontré en un puesto del mercado de pulgas, el titulo me llamó la atención “Reportaje al Pie de la Horca” de Julius Fucik, una edición de Bruguera, 1976, Madrid. Lo compre por $ 10. En el camino a casa, lo fui hojeando, no pude dejar de leer esta historia que daría origen al día del periodista.
Julius Fucik nació en Praga, Checoslovaquia el 23 de febrero de 1903 y murió en la horca de los nazis el 8 de septiembre de 1943. Fue integrante del partido comunista checoslovaco, la Gestapo vigilaba sus actividades políticas y periodísticas, al final lo detiene y lo apresa, Fucik había estudiado filosofía en la universidad de Praga.
En 1958 la Organización Internacional de Periodistas determinó que el 8 de septiembre, sería declarado el día internacional del periodista, en honor a Julius Fucik, quien pese a haber estado preso, no dejo de escribir y denunciar las atrocidades que los nazis ahí cometían.
“Reportaje al Pie de la Horca” es escrita en la clandestinidad de una celda, después de haber sido golpeado, torturado y obligado a realizar trabajos de esclavos. La convicción de Fucik ganó simpatías hasta de los guardias de la SS que custodiaban a los presos. Uno de ellos, le conseguía las hojas o cuadernos, así como los lápices para que ese cerebro y esas manos no dejaran de escribir.
“Reportaje al Pie de la Horca” es una crónica anunciada de un hombre que su único delito fue denunciar a través de las palabras las atrocidades de un régimen político autoritario y asesino.
II
Una noche de invierno de 1942, los hombres de la Gestapo; terribles gorilas de más de 1.80 de altura, rubios, atléticos y con pistolas automáticas, entran al edificio de departamentos donde vivía Fucik. Los uniformes negros imponían terror, no tocan las puertas, las derrumban, van acompañados de perros pastor alemán. Saben cada paso que van a dar, desde semanas antes han espiado al periodista. Él esta dormido, derriban la puerta de su apartamento, lo levantan a jalones, esculcan todo. Y lo bajan a empellones. Ha sido detenido. Su suerte: la estación de la Gestapo, un lugar donde nadie sale vivo.
Es noche, la patrulla que lo conduce a la estación va de calle en calle. Se detiene el auto, lo bajan y lo conducen por un pasillo oscuro, mal oliente, y por fin a una celda. Tendrá que esperar su turno para declarar y aceptar sus delitos. Comienza su martirio.
En el pasillo donde está, hay otras celdas, mira como los SS sacan y meten a los detenidos. Primero los llaman, y caminan bien, minutos después, regresan arrastras; golpeados y sin fuerza para detenerse.
Uno de los verdugos “El Carnicero”, al ver el asombro de los presos lo observan con temor y él, orgulloso “Sonríe con satisfacción, y nos muestra sus manos llenas de cabellos arrancados a los interrogados” (Ibíd. Pág. 23).
Llega su turno, en su camino a los separos donde lo interrogaran, escucha gemidos, hombres llorar, y gritos de desesperación. Entra a un cuarto oscuro, donde hay una silla, le ordenan sentarse, son 4 o 5 hombres vestidos de negro, alumbrados por un foco, No puede distinguir sus rostros, comienzan las preguntas, y antes de responder. Le llueven puñetazos, patadas, jaloneos de su cabello. Le piden nombres de sus amigos comunistas. Fucik aguanta todo, hasta que cae desmayado, lo llevan a rastras a su celda, cuando recupera el sentido, entre lágrimas y rabia piensa “Con mi lengua sangrante, intento contar mis dientes rotos. ¡Malditos! (…) Padre, Madre ¿Por qué me han hecho tan fuerte” (Ibid. 45)
La noche es lenta entre dolores, gemidos e impotencia. Amanece, le llevan unas papas cocidas “Mis encías destrozadas no pueden masticar las patatas cocidas (…) En estos sótanos de tortura como quisiera ver la salida del sol, aunque fuera solo una vez”.
Para la Gestapo todo creador intelectual era el enemigo más peligroso. Ni un arma de fuego era tan peligrosa como una idea escrita. “No tenía más que mi biblioteca y la Gestapo la destruyo” (Ibíd. pág.50)
Fucik era un hombre alto, de barba, en el cuarto de torturas, se las han arrancado a tirones, el “Carnicero” es especialista en eso, en medio del dolor, los golpes y la impotencia del interrogatorio.
“¿El nombre de la ramera que te trajo al mundo? ¿Del mantenido que la violó? La Gestapo no se detiene, han sido entrenados para matar. Aún en ese estado, el hombre de letras recuerda “Había comenzado a escribir una novela, la Gestapo la destruyó, y unos cuentos que vi en el escritorio de esas bestias” (Ibíd. p.51)
El cuarto que sirve de sala de torturas es la celda No. 400, antes de llegar ahí, había una sala de cine para los jefes de la SS y Gestapo a la cual acudían, después de haber torturado y matado a decenas de inocentes en un día.
“El cine es la antecámara de esa maldita sala de tortura, desde la cual oyes los quejidos, gritos y lloriqueos de terror. La celda 400 era un lujo donde se alcanzaba el más profundo conocimiento de esa extraña criatura llamada hombre ¿o bestia?” (ibíd. p. 55).
La cárcel de Pankrac es un infierno desolado, donde la muerte deambula por pasillos y celdas. El frío es agobiador. Nada de cobijas o bebidas calientes para los presos. Un guardia observa y platica con el escritor. Sabe de su obra, de sus ideas. Y de vez en vez, le trae algo de comer que la Gestapo da a sus oficiales.
¿Qué necesitas de allá afuera? Pregunta el halcón negro, Fucik no tarda en responder “Hojas para escribir o un cuaderno, lápices o bolígrafo, por favor”. El guardia de nombre Adolfo Kolnsk lo mira incrédulo ¿Hojas? ¿Lápices? ¿Cigarros no?
El halcón negro, se retira de la celda; pasan los días y una tarde le lleva hojas blancas y bolígrafos. Es así como Fucik, comenzará a escribir su reportaje sobre lo que vive un detenido por la Gestapo. Escribe con los dedos rotos y en medio del frio entre las penumbras de la noche “Lo que ahora escribo es solo el eco de los pensamientos que me acompañan después del sufrimiento” (ibid. pág. 60)
Reportaje al Pie de la Horca; es más que una crónica de un preso, es el testimonio de una época, de un periodo histórico oscuro. “Sólo pido una cosa para quienes lean estas líneas algún día: no olviden esta época, ni a los hombres malos que la construyeron, ni a los buenos que se opusieron” (Ibíd. 62)

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