(2º Parte)
“Quisiste que te
Enseñara el placer
De vivir y el arte.
Pero te enseñaré
Una cosa más hermosa:
El valor y la belleza
Del dolor…”
Oscar Wilde.
I
Oscar Wilde paso dos años encerrado como un simple criminal, por un solo hecho: su homosexualidad. Su relación con un joven de 25 años lo llevó al encierro, él tendría 45 años cuando lo conoció.
Lord Alfred “Bosie”, era un joven aristócrata que quiso seguir los pasos literarios de Wilde, pero era sólo un vividor. Un escritor mediocre. Pero ese joven hizo que Wilde perdiera no sólo la cabeza; sino su nombre, su fama, su familia, su patrimonio.
Allí en la cárcel escribió “Me hallo en la soledad de la vida carcelaria, después de haber sido un hombre universal” (Ibid. p. 23).
Se le prohibió escribir y leer. El juez ordenó el embargo de sus bienes para indemnizar a la familia del joven. Y algo que le dolió al irlandés fue la pérdida de su biblioteca personal “Fueron sacados a subasta forzosa mi casa, mis libros y mis muebles. Pero, sobre todo, lo que más me dolió perder como hombre de letras fue mi biblioteca con libros dedicados de puño y letra por Víctor Hugo, Whitman y Poe” (ibid. p. 45)
Las desgracias no llegan solas, a los tres meses de haber ingresado a la cárcel, su madre muere, Oscar se entera en la cárcel. Pide permiso para ir al entierro, le es negado y escribe “Yo fui en un tiempo maestro del tiempo, no hallaba ahora palabras para expresar mi vergüenza y mi dolor” ( Ibid.p.65).
En medio de la desgracia reflexiona sobre el dolor “Donde hay dolor, es un lugar sagrado. El dolor nos une a Dios” ( Ibid.p.70)
II
Dice el Eclesiastés:
“Todo tiene su momento oportuno;
hay tiempo para todo lo que se hace bajo el cielo:
2 tiempo para nacer y tiempo para morir;
tiempo para plantar y tiempo para cosechar;
3 tiempo para matar y tiempo para sanar;
tiempo para destruir y tiempo para construir;
4 tiempo para llorar y tiempo para reír;
tiempo para estar de luto y tiempo para bailar;
5 tiempo para esparcir piedras y tiempo para recogerlas;
tiempo para abrazarse y tiempo para apartarse;
6 tiempo para buscar y tiempo para perder;
tiempo para guardar y tiempo para desechar;
7 tiempo para rasgar y tiempo para coser;
tiempo para callar y tiempo para hablar;
8 tiempo para amar y tiempo para odiar;
tiempo para la guerra y tiempo para la paz.
Efectivamente en estos versos este contenido la verdad de la vida. Y así lo entendió Wilde desde la cárcel. “El Misterio de la vida es sufrir. Pero el amor es la única explicación posible para la inmensa cantidad de dolor que hay en el mundo” (ibid. p76).
Wilde sabia de su fama, del reconocimiento que tuvo por parte de la corona inglesa, y hoy no tenía nada. “Cuánto decía o hacía asombraba a la gente. Desperté la imaginación de mi siglo. Resumí en una frase todos los sistemas filosóficos. He hecho del arte una filosofía y de la filosofía un arte. He enseñado a los hombres a pensar de otra manera y he dado color a las cosas” (Ibid. P. 89).
Wilde pensaba que al cumplir su condena en 1897 se iría a un país rodeado de Mar, y pensó en Italia “Porque el Mar lava todas las manchas”.
Efectivamente, al salir de la cárcel, se trasladó a Italia, donde llegó con sobrepeso, enfermo, pobre y donde ningún editor quiso publicar escrito alguno del genio. El mismo se reconfortaba “Si nadie me editara mis libros, tendré el tiempo y el placer de leer los libros que siempre he querido leer” (ibid. 90).
Sin embargo, otro grande de las letras lo describe así, en plena desgracia: Rubén Darío cuenta una gran anécdota, en Italia, unos amigos lo llevaron a un tugurio, ahí un hombre robusto, con barba, mal vestido, se acercó a pedirle unos centavos para comprar una cerveza. Darío lo rechazó, el hombre se fue, salió del bar. El mesero que atendía al poeta le dijo “¿Sabe usted quién era ese hombre?” ‘; Darío respondía con un ‘No’ seco. “Es Oscar Wilde”.
El poeta salió en búsqueda del gran irlandés, que había dejado la prisión en Londres acusado de ser homosexual. A quien Darío admiraba, ya no lo encontró. Meses más tarde supo de la muerte del genio de Dublín y Londres. (Rubén Darío, Memorias, Ed. Nacional, Managua 1978, p. 67)
¡Qué no hubiesen hablado y dicho esos dos genios de las letras! Darío el padre del modernismo y Oscar Wilde. Pero el destino fue cruel y nunca se pudieron encontrar.