La muerte ha de ser
Como el primer abrazo
Que nuestra madre nos
Dio al llegar a este mundo…
Herman Hesse.
I
Nada sucede por accidente, ni es cierto que el azar ordene muchas cosas de la vida. Todo tiene un orden, que entendemos, comprendemos y lamentamos, una vez que se han sucedido los acontecimientos.
La tarde del jueves 27 de mayo, del presente año, recibí un mensaje de whapshapp por parte de mi hermano Enrique, había creado un grupo llamado “Operación 2021” donde nos decía lo siguiente “hermanos les comunico que el día de mañana me van operar de la columna. Por lo que necesitaré de su apoyo con guardias nocturnas y donación de sangre, si alguien puede, póngase de acuerdo con mi familia…gracias”.
Al terminar de leer su mensaje, no dije nada, quedé impávido y un frío presentimiento recorrió mi cuerpo. Algo, iba a suceder. Dicho mensaje lo vi como una despedida póstuma.
¿Cuándo había sido la última vez que había visto a mi hermano? Casi siempre nos encontrábamos casualmente lo mismo en el jardín de la colonia, en las afueras de las farmacias similares o en algún crucero. Él siempre en su auto TIIDA nacarado acompañado de Yolanda, y Reyna y yo caminando.
Hacía apenas un día que lo vimos pasar en su auto, Reyna y yo, íbamos saliendo de la paletería y ellos pasaron. Y hoy recibía su mensaje.
II
El 27 de agosto 2021, a las 4.30 am de la madrugada, recibí otro mensaje, esta vez de mi hermano Néstor, la nota era fatídica “hermano Luis, buen día, con la triste noticia, de que hace un momento me acaba de hablar Kike, para informarme que nuestro hermano Enrique falleció…Que en paz descanse, Dios lo tenga en su santa gloria…”
Fueron exactamente tres meses de lucha contra la muerte. Tres meses de estancia en el hospital. De noches de desvelo, de cansancio, de verlo consumirse, de verlo sufrir.
Recordé que, a principios de año, me marco y me pidió una copia del testamento de mi madre y me dijo “Es para ver cómo se redacta, ya voy hacer mi testamento”. Nunca le pregunte si lo había hecho o no. Son cuestiones personales.
Escribí estas líneas a casi 72 horas de su partida a otro mundo, y aún me cuesta trabajo aceptar que ya no está. Enrique era alegre, amiguero, siempre escuchando música, nunca perdía tiempo para sonreír.
A 6 años de la muerte de mi madre, él se va acompañarla. Ya está junto a mis padres. “Carmelo que está en el cielo, se asoma”, dice el famoso pasodoble de Agustín Lara. Su nombre era Carmen Enrique. Pero sólo mis padres y unos cuantos amigos de la infancia le decían Carmelo.
Nació el sábado 16 de julio de 1955 a las 11 de la noche y murió el 27 de agosto de 2021 a las 4.30 de la madrugada. Vino y se fue en la noche. Cuando nació fue el mejor regalo que tuvo mi madre al amanecer de ese día, y se fue antes de que el alba naciera. Se fue discretamente de este mundo, como aquel que no quiere interrumpir nada.
Y sé la fecha, día y hora exactas, porque mi madre hace muchos lo anotó en sus notas, los días y horas en que nacieron sus hijos. Fechas inolvidables para las madres.
Reza el Talmud “Quien muere sin prole y hacienda ha muerto plenamente, ha vuelto a nada, nadie sabrá de él porque no hay obra que atestigüe su existencia. En cambio, el que muere con hijos y hacienda sigue viviendo en sus obras” (Mundo Antiguo, Ed. SEP, México, 1984, pág. 45).
Mi hermano no vivió en vano, el hombre es apetito de eternidad, dejo tres hijos varones, sus mayores tesoros: Enrique, Carlos y Bruno. Y junto a él, siempre su compañera de muchas batallas Yolanda. Juntos edificaron una familia y una casa.
Pero más allá de esto, mi hermano fue un hombre honrado y bueno, creyente de Jesús y devoto del culto a sus muertos. Nunca dejo de recordar a mis padres.
Dice Jesús “Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá” (San Juan 11: 25).
Nunca morirá quien sea recordado, y hoy Enrique vive de otra manera en la memoria y corazón de quienes lo conocimos. ¡Hasta Luego Carnal! ¡Un abrazo!