Madre, madre,
Nada nos une ahora, más que tu muerte,
Tu inmensa fotografía como una noche en el pecho,
El único retrato tuyo que tengo ahora es esta oscuridad,
Tu única voz es el silencio de tantas voces juntas.
Palabra Oscura
José Carlos Becerra
I
En el fondo de esta tarde del 16 mayo está mi madre muerta. Su partida ha sido como haber dejado la ventana abierta de la recamara. Muchas veces he leído ‘Adiós a las Armas’ la gran novela romántica de Ernest Hemingway. Ese gran amor entre la enfermera inglesa Katarine y el Capitán Norteamericano. Se aman, y en medio de la guerra, desertan de sus ejércitos, y ella embarazada, tiene trabajo de parto en Suiza; al final muere junto con su bebé, y su esposo al saber la noticia, sale del hospital porque no cree que su mujer sea ese cuerpo que yace muerto en el anfiteatro del nosocomio.
Hemingway declaraba que ese final lo reescribió más de 30 veces. Y nunca logré captar su mensaje hasta que mi madre murió el 16 de mayo de 2015.
Nunca había padecido de la presión, tenía osteoporosis, ya no podía caminar, ni sostener un vaso de agua, una taza de café o un plato. ¡Meses antes soñaba con mi padre que venía y le decía “! ¡Ya vámonos chiquilla!”.
¡A mí me expresó “! Hijo, para diciembre ya no voy estar!” y le preguntaba tontamente “¿Por qué Mamá?”, y respondía “! ¡Por qué me voy a morir!”.
Fue sábado, el día era cálido, ya habían llegado las lluvias, y el sol de la mañana era quemante. Pasé a verla, se acababa de bañar y la encontré con mal semblante “¿Qué tienes?” dije y me vio con sus ojos grises y opacos “! ¡Me siento mal!”.
No quiso desayunar, sólo tomó café, y mi hermano Juan y yo la llevamos al médico, ¡le tomó signos vitales y dijo “! ¡Tiene muy baja la presión!” y le recetó unas gotas.
Llegamos a casa, se sentía mal, se recostó, durmió. Y cada hora le estábamos checando la presión. Poco a poco se iba recuperando. Pero había algo que no estaba bien.
Llegaron mis hermanos Enrique, Néstor, y no se quiso levantar de la cama. Le preparamos un consomé de pollo. Medio comió algo, y se volvió a recostar. Alguien le dijo que fuera al hospital “¿Para qué?! ¡Ya no voy a salir de esta!”. ¡Me pidió le sirviera una copita de tequila “! Mamá te va hacer daño!” dije y me regañó como siempre “! Tú cállate cabrón, si me voy, ¡quiero irme con este gusto!”, no tuve opción y le di el tequila.
Su presión permanecía baja, junto a su buró su radio encendido, y su jarra de agua. Mi hermano Néstor, y Juan la levantaron y la llevaron al auto, pensaban que en el hospital sanaría. Eran las cuatro de la tarde, el sol estaba en su pleno apogeo.
Vi pasar junto a mí a mi madre, algo me dijo, que ya nunca más la vería, le pedí a Dios que no sufriera. Encendieron el auto, se fueron. ¡A los 20 minutos, sonó mi celular “! ¡Mi Mamá ya se fue!” …era mi hermano Juan. Ya no llegó al hospital, murió en sus brazos, recargada en su regazo.
En el hospital 1º de Octubre del ISSSTE sólo llegaron para iniciar los trámites del funeral. Trabajo Social quería realizar la autopsia, ¿para qué? Sólo iban a destazar a mi madre. Juan tuvo que contratar a una agencia funeraria y salvaron este bochornoso trámite.
¡Se había ido mi madre a los 82 años de edad! ¡Había muerto como ella misma me lo había venido diciendo desde diciembre! Mi madre nunca mintió.
II
Me quede en casa junto con Reyna, al recibir la noticia, me quede de una sola pieza. Su casa parecía más grande, sombría. Comenzó a llover, en medio de la lluvia entré a su recamara, ahí estaba su cama vacía, su radio sonando, ese que nunca la abandonó. Desde niña escuchaba música mientras hacía sus tareas en la primaria. Su ropa colgaba, sus zapatos, todo lo de ella, estaba ahí, pero carecían de importancia. Hasta su gato, recorría la casa cómo buscándola.
Dejé las luces encendidas, mi celular sonaba una y otra vez, no contesté a nadie. Primero mi Padre en 1984 murió, luego Luisito en 2013 y ahora Mamá. Salí rumbo a mi departamento. Subí las escaleras, abrí entre las penumbras, creo los vecinos me daban ‘las buenas noches’, pero no les respondí.
No encendí las luces, me recosté. No quería ir al hospital ni al velorio. Mi madre, esa mujer que de niño y de joven, ahora de hombre me enseñó a enfrentar la vida, a no derrotarme nunca, a sonreír y a luchar. Ya no estaba. ¡Me negaba a aceptar que la muerte había ganado la batalla y le había robado la vida a mi madre “! ¡Muerte hija de la chingada!”! ¡Muerte perra!”! ¡Hija de puta!”
Me recosté y mi mente fue un remolino de recuerdos de esa mujer que me regalo la vida, me dio lo mejor de ella. Muchas veces me dijo que me quería, y cómo yo fui en ocasiones un lépero. ¿Ahora a quien le iba a cocinar? ¿Dónde estaba mi madre? ¿A poco así tan estúpidamente termina la vida? ¿Una vida de 82 años y 7 hijos?
El celular no dejó de sonar, no contesté, la lluvia arreciaba. No quise ir a su velorio. Mi madre era mucho más que la muerte. Sólo entonces entendí al personaje de ‘Adiós a las Armas’.
Han pasado 9 años, no hay día ni noche que recuerde a mi madre. Y hoy como hace 9 años. La lluvia está presente. Y en el fondo de esta noche está mi madre muerta.