Luis Román

“Ustedes creen que
Si tuviera o fuera
‘dos caras’, saldría a
A calle con esta…”
Gustavo Díaz Ordaz.
I
Los seres humanos somos complejos. Sófocles el dramaturgo Griego escribió “Existen muchos misterios en el mundo y el universo; pero el más grande es el ser humano”.
¿Hasta donde la historia puede desconfigurar a un ser humano? ¿Hasta dónde los rumores que se hacen verdad en las calles son mentiras? Esta historia es real, sólo narró lo que vi, escuche y observe hace como un siglo.
II
Era septiembre de 1980, había ingresado a la Secundaria Diurna No. 85 República de Francia, por los rumbos de San Juan de Aragón y Avenida Oceanía, por el deportivo. Trasladarme a esos rumbos, implicaba tomar el camión, sin duda me quedaba lejos de mi barrio. La decisión la tomó mi Madre, por dos motivos; ahí había estudiado mi hermano Jorge – el 5º hermano de 7 de éramos – le agradaba a ella, el lugar. La escuela estaba en medio del Bosque de San Juan de Aragón, y el ambiente clase mediero la deslumbraba, y por otro lado, era de las pocas secundarias donde enseñaban francés en vez de inglés. Tenía Gimnasio, aparatos de Gimnasia, regaderas, y era un patio enorme.
Salir de mi viejo barrio, no era agradable y sobre todo porque, no quedé en el turno matutino, como eran mis planes. Me habían asignado, el turno de la tarde ¡Mortal! ¡Yo había estado en la escuela primaria los seis años en la mañana! ¿Pero como decirle No a mi Madre?”! ¡Ahora te aguantas cabrón!” me hubiera dicho, mejor callé por tres años mi inconformidad.
III
El primer mes de estar en la 85 fue un trauma, las mañanas se iban en un abrir y cerrar de ojos. Me levantaba a las 7 AM. Desayunaba, hacia el quehacer de la casa, hacía tarea y cuando miraba el reloj ya eran las 13 PM, ¡A bañarme!! ¡Salir de la regadera y comer algo y tomar el camión!
Siempre pasaba lleno el camión, entre apretujones y pisotones, tomaba “El Delfín” o “La Ballena” – Así se llamaban los autobuses –
Entre la lluvia vespertina y el viento nocturno, eran horas largas y pesadas. Se me hacían eternas. Para terminar septiembre, el maestro de historia – Ángel – tocó el tema del 2 de octubre de 1968. Era un apasionado, aún lo recuerdo, era un hombre alto, moreno, de patillas, siempre de saco y pantalón de vestir y un vozarrón que nos hacía temblar; pero noble y sabio.
Nos pidió investigar sobre el acontecimiento, hicimos equipos de trabajo, a mi me tocó trabajar con dos compañeras, que no recuerdo su nombre y con José Luis Barrueto, un joven, alto, moreno claro, callado, cabello crespo, hábil para dibujar y zurdo. Al siguiente sábado, fuimos a la Biblioteca México – por los rumbos del Metro Balderas – ahí checamos libros – La Noche de Tlatelolco de Elena Poniatosvska, Los Días y Los Años de Luis González de Alba, México 68 de Juan Miguel de Mora, México 68 Juventud y Revolución de José Revueltas – y en la hemeroteca – Revistas como Siempre, Impacto, ¿Por Qué?, ¿Por Esto?, Proceso, y otras –
Salimos hasta la tarde y fastidiados, cada quien se había repartido fotocopias y lo que íbamos a exponer para el lunes en la clase. Nos dijimos adiós al entrar al metro y nadie supo uno del otro, hasta el inicio de semana.
IV
El lunes en clase, todos los grupos expusieron sobre el movimiento estudiantil del 2 de octubre – ese lunes era precisamente aniversario del hecho histórico – tantos los muchachos como el maestro Ángel hablaron y responsabilizaron a Díaz Ordaz de la matanza.
Todos, excepto José Luis, quien respondió a la pregunta del profesor “¿Y Usted compañero que opina, no ha hablado?”.
-“! ¡Que no es cierto lo que dicen del presidente Díaz Ordaz!”
¡Todos al momento callaron, luego empezaron a reírse y a calificarlo “! ¡Estás loco!””! ¡Arrastrado!””! ¡Eres hijo de Díaz Ordaz!””! Sáquelo Maestro!”
El maestro Ángel pidió silencio: – “¿Por qué dice eso compañero?”
– Porque no es cierto…El Presidente era una buena persona.
– ¿Si lo dice es por algo? ¿Por qué lo afirma?
Entonces José Luis se levantó de su asiento y comenzó a contar lo siguiente:
Mi padre es policía y al inicio de 1968 estaba comisionado en Los Pinos, para cuidar la entrada y salida de los autos de la familia del presidente Díaz Ordaz. Me cuenta, que siempre que salía el mandatario, bajaba el cristal del auto y lo saludaba, al igual cuando llegaba.
Una tarde de junio, en plena lluvia, mi padre salió de la cabina donde estaba de guardia para dar paso al convoy de autos donde venía el presidente. Mi padre permaneció bajo la lluvia. Espero el paso de los autos, y al pasar el auto donde iba Díaz Ordaz, éste bajo el cristal, ¡como siempre y le gritó “! Cúbrase hombre, que le va hacer daño!”
-“! ¡Buena Noche Señor presidente, es mi trabajo y obligación!”
El presidente, sólo acento la cabeza con un movimiento. Su auto ingreso a la residencia. Mi padre hizo lo mismo en su cabina de guardia. Al pasó de unas horas. Un guardia personal lo fue a ver y le dijo
-“! ¡Oye tú, ve rápido que el Señor quiere verte!”
– ¿El Señor?
-“! Si Cabrón, ahora si no te la vas a acabar, cuando se encabrona, ¡que lo aguante su madre!”
Todos los policías y escoltas le temían a Díaz Ordaz, era implacable con quienes cometían errores. Mi padre, no tardo en ir, pero temblando de miedo. Era la primera vez que entraba a la residencia y lo llamaba el hombre más temible de México. Al llegar al portón, le comentó al guardia el recado del otro policía, lo hicieron esperar. Más tarde ingreso a la antesala. Vio bajar a Díaz Ordaz las escaleras, vestido de traje negro, camisa blanca y corbata roja – siempre vestía así –
-“! ¡Pase mi amigo! ¿De veras cómo se llama?!Llevamos un buen de tiempo saludándonos y no sé como se llama!
– ¡José Luis Barrueto Para Servirle a Usted Señor presidente!”
Díaz Ordaz, lo saludó de mano, lo invito a sentarse y fue directo:
-“! Mire José Luis, tengo un problemita y no sé, si usted me pueda ayudar”
– ¿un problema Señor presidente? ¡Claro lo que usted ordene!
– ¡A Mi Hijo Alfredito le acaba de regalar el embajador de Alemania un Perro de esos, ¿Pastor Alemán? Pero el caso es que a mí no me gustan los perros, ¿Querría usted quedarse con él?
– ¡Claro Señor presidente como usted diga!
– ¡Gracias! Deje su dirección con el jefe de escoltas y se lo llevaran a su casa.
– ¡Gracias a Usted Señor presidente!
Mi Padre salió de la residencia presidencial sorprendido por tan raro obsequio. Hizo lo que le ordenó Díaz Ordaz, dejó la dirección donde entonces vivía, por el rumbo de Portales, en un viejo departamento. Al día siguiente, me cuenta mi madre, gente del Estado Mayor Presidencial llevaron al Perro Pastor Alemán, que era para Alfredito pero que Don Gustavo no quiso.
Vino Julio y los conflictos de los estudiantes, mi padre continúo con su trabajo, Díaz Ordaz estaba cada vez más tenso. Ya casi no saludaba. Hasta que una tarde de agosto, al llegar el convoy presidencial, bajó del auto Lincoln negro donde se trasladaba el presidente y abordó a mi Padre:
– ¿De veras Don José Luis como va con el pastor alemán?
– -¡Bien Señor Presidente! ¡Bien cuando usted me diga, se lo traigo para que lo vea!
– ¡No que va! ¿Para qué?
– ¿Come mucho?
– Ese no es el problema Señor, mi departamento es chico, y es un perrazo
– ¿No tiene usted casa propia? ¿No ha solicitado usted a la policía un crédito hipotecario?
– Si, pero nunca me hacen caso Señor.
– Uhmm…No se preocupe Don José Luis, ya lo arreglaremos.
Para mediados de septiembre de 1968, llamaron a mi padre de las oficinas administrativas de la Policía Preventiva, para informarle que por órdenes del presidente, había obtenido un crédito hipotecario para adquirir una casa en la 1º Sección de San Juan de Aragón.
Mi padre siempre quiso ver al presidente, para darle las gracias. Díaz Ordaz no lo recibió. Pero a cambio de eso, tenemos casa.
José Luis invito a quien quisiera ir a su casa, para que viéramos la foto de Díaz Ordaz que al final del sexenio, su padre le pidió, y éste accedió, ahí le dio las gracias y le firmó el retrato. Y así lo hicimos, fuimos a la calle 539 y Avenida 506; era una casa de un piso, sencilla, había dos enormes fotografías en la sala, la de Díaz Ordaz portando la banda presidencial y a un lado, la del Perro Pastor Alemán. Ese fue Díaz Ordaz para mi amigo de juventud José Luis, a quien no veo desde 1983, cuando terminamos la escuela secundaria.