Por. Gaby Hernández
Ofrendar, a decir de la Alcaldesa Aleida Ruiz, implica un trabajo interno, un trabajo introspectivo, lo cual es vital en estos tiempos de transformación que, paradójicamente, nos llevan a ver a nuestro interior para poder ver por otros.
Es decir, la ofrenda no solo es una manifestación de respeto; también es una forma de recordar que la vida es transitoria y que la muerte es una parte natural del ciclo de la vida.
De ahí, la Alcaldía ofrenda, en estos Días de Muertos, una celebración multifacética de diversos caminos que nos conducen al corazón de la festividad, sostuvo la gobernante de Iztapalapa.
Pero que para llegar a él, explicó, habrá que procesar partiendo de los lugares abiertos del inframundo localizados en Iztapalapa, uno de ellos en la cima del Huizachtepetl de donde partió, este viernes primero de noviembre, el sendero hacia el corazón de aromas, sonidos y sabores.
Alavez Ruiz hizo ver que en comunión con ella, en algún punto del espacio central, una rodada de representaciones lúdicas junto con comparsas, se encontrarán para converger en procesión por el sendero del Mictlán, hacia el corazón de la festividad.
Corazón que servirá, abundó, para enaltecer diversos sentidos: la vista por la representatividad escénica, el olfato que percibe aromas de almas, el oído para escuchar historias, recuerdos, notas y acordes, el gusto para deleitar sabores y el tacto que ayude a las sensaciones. “Sentidos que en su conjunto activan nuestra memoria”.
En ese contexto, hay que recordar que el Mictlán, también conocido como Chiconauhmictlán, es una forma de referirse al inframundo, que en la mitología y en la religión hace referencia a un lugar que está más allá de esta vida, al que las almas de los muertos van a descansar después de que dejan de existir en este plano de la realidad.
La concepción del Mictlán suele tener su origen en la cultura mexica, en la cual el Mictlán representa nueve regiones en las que se estructura un universo de fuerzas vivas creado por los dioses Xipetótec, Tezcatlipoca, Quetzalcóatl y Huitzilopochtli, también conocidos como las deidades creadoras.
Estas nueve regiones funcionaban por niveles y cruzarlas era sumamente peligroso, según cuenta la leyenda de este lugar. Los nueve niveles eran verticales y descendientes, motivo por el cual muchas almas sufrían en el camino hacia el Mictlán.
Pero una vez que lograban llegar a este sitio, después de haber superado todos los obstáculos, el alma del difunto era recibida por Mictlantecuhtli y Mictlancihuatl, las deidades del inframundo, quienes le anunciaban el final de sus pesares. Se dice que este recorrido podría durar hasta cuatro años.
Todo este largo y arduo camino debía ser recorrido por nobles y plebeyos por igual, ya que al momento de la muerte no se distinguen castas ni estratos socioeconómicos.
Una filosofía que es fundamental dentro del marco de la conmemoración del Día de Muertos, que incluso con el paso de los años y lo popular que es esta celebración, todavía hay muchos detalles que se desconocen.