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Él les dijo: Lo que es imposible para los hombres,
es posible para Dios.
Lucas 18:27
Reina-Valera 1960
I
Es increíble saber y ver cómo la salud de un ser humano se desmorona y deteriora en días, en horas, en minutos. Juan lleva 18 días en Terapia intensiva. Un infarto, dos cirugías de pulmón derecho y posiblemente una traqueotomía.
Nunca se enfermaba, era un hombre sano. Nunca se abrigaba. Cargaba objetos pesados. Era incansable. De un lado para otro en bicicleta o caminando. Al día recorría al menos cinco kilómetros y caminando una distancia similar.
Hoy esta postrado en una cama con un colchón de agua, atado a una docena de mangueras de suero y medicamento, con pantallas y sonidos propios de esos aparatos. Que lo mantienen con vida.
Los médicos han sido claros, el objetivo de la UCI es mantener con vida a los pacientes, lo demás les toca a los médicos especialistas.
Juan ha estado despierto e inquieto. Y se le ha sedado. Comienza la desesperación. No es hombre de estar quieto. Ese quizás fue su principal miedo. Estar atrapado en la monstruosa geometría de una sala de terapia intensiva.
Entre nosotros hay desesperanza, miedo, temor. El lunes 4 de noviembre, Francisco tardó en dar el informe de las 18.30 PM. Todos estábamos inquietos, ese silencio, esa tardanza podría ser un mal augurio. Aunque las malas noticias vuelan pronto.
La enfermedad acarrea zozobra y si en ocasiones se está al filo de la vida y la muerte. La espera se hace interminable.
Los doctores consideran hacer hoy martes una traqueotomía. Otro riesgo, más anestesia. Nos refugiamos en Dios. No sabemos que vendrá.