Por. Luis Román

En México, todo se pide en
Préstamo al cielo.
Al fin es el tiempo
De la lluvia
¡El llanto del cielo
¡Es mi señor Tláloc!
Tú eres quien
Produce mi sustento.
Los hombres no te muestran
Gratitud.
Perdónalos. No te
Conocen…
Himno a Tláloc.
Versión del Náhuatl de:
Ángel María Garibay


I

Gracias al trabajo pedagógico y arqueológico de Fray Bernardino de Sahagún (Historia General de las Cosas de la Nueva España, México, Porrúa, 1982)   y de Fray Diego Durán (Historia de las Indias de la Nueva España e Islas de Tierra Firme, México, Ed. Porrúa, 1988) que realizaron en el siglo XVI, conocemos y sabemos la importancia que tuvo el agua para las culturas mesoamericanas, especialmente para la azteca.
A través de testimonios orales como poemas, relatos y plegarias estos sacerdotes dieron testimonio de cómo la sociedad azteca veneraba el agua a través de su cosmogonía y vida diaria.
La construcción del templo mayor, máximo monumento situado en México Tenochtitlán, nos muestra la importancia que tuvo el agua, la lluvia y la guerra para esta cultura.
Los monumentos y los mitos como pensaba el arqueólogo y filólogo francés Claude Levi Strauss son más que testimonios de las culturas. Denotan la realidad en la que se vivía (Mito y Significado, Madrid, Ed. Alianza Editorial, 2002)
El Templo Mayor era la imagen material de la vida y de la muerte, del origen y del final, y por esta razón los templos que lo coronaban estaban dedicados a Tláloc y a Huitzilopochtli. El primero, como divinidad acuática, representaba la vida y el sustento para un pueblo agrícola como el mexica, mientras que el segundo era el dios de la guerra y la muerte, del ocaso y del nacimiento del Sol.
Para el maestro Eduardo Matos Moctezuma, esto no es casual, se veneraba a Tláloc porque cuando la lluvia era prospera, se tenían buenas cosechas. Y ante la ausencia de ésta, se hacía necesario ir a la guerra, para conseguir de comer. Lluvia y guerra, vida y muerte, eran los elementos de las llamadas “Guerras Floridas” (Vida y Muerte en el Templo Mayor, México, FCE, 2002, p. 45)
II

Dos deidades son las figuras principales del agua en la cultura mexica: Chalchiuhtlicue, “La de la falda de jade”, era la diosa del agua, de los lagos, los ríos, los mares y los manantiales.
Era también la esposa del dios Tláloc, hermana de los tlaloques (ayudantes de Tláloc, encargados de repartir la lluvia por la tierra en vasijas. Estos ayudantes eran almas de niños menores de 8 años que ofrendaban en el Tlalocan recinto de Tláloc y si los niños lloraban era buen presagio a la hora de ascender con Tláloc).
Gracias al libro de Sahagún, sabemos que en esta deidad se depositaba el poder de generar tempestades y torbellinos en los cuerpos de agua para hundir navíos y ahogar hombres a su voluntad.
Tláloc, dios de la lluvia, era el dios de los cerros, del agua y de la fertilidad. Según la cultura náhuatl, regía fenómenos meteorológicos como los relámpagos, los truenos, el granizo o las tormentas y, frecuentemente, se asociaba a las cuevas. Sahagún señaló que Tláloc era considerado habitante del paraíso terrenal y el responsable de dar a los hombres los mantenimientos necesarios para la vida.
Tláloc, recibía adoración por los cuatro rumbos de Mesoamérica. Entre los mayas se le conocía como Chac y hasta hoy día en Yucatán se baila en su honor la danza del Chac-Chac. Su nombre entre los mixtecas era Cocijo, y Tajín entre los totonacas.
“Tláloc Nos da nuestro sustento, todo cuanto se bebe y se come, lo que conserva la vida, el maíz, el frijol, los bledos, la chía – Salvia -Él y los otros dioses son a quienes pedimos agua, lluvia, por las que se producen las cosas en la tierra.
Tláloc y sus servidores son ricos, son felices, poseen todas las cosas, de manera que, siempre y por siempre, ellas están germinando y verdean en su casa, allá donde se existe, en Tlalocan – paraíso de Tláloc -. Nunca hay allí hambre, no hay enfermedad ni pobreza” (León Portilla, Miguel. El Agua: Universo de Significaciones y Realidades en Mesoamérica, Revista Ciencias No.28, México, UNAM, octubre – diciembre, p. 76.)
Al Tlalocan, una especie de paraíso, donde existía un jardín con árboles frutales, rodeado de ríos, arroyuelos, días soleados, iban las madres que morían en parto, los niños que morían al nacer y los guerreros aztecas que fallecían en las guerras floridas.
El agua desde entonces hasta nuestros días ha sido un elemento vital en la vida de la México Tenochtitlán, hoy Ciudad de México.

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