Una Experiencia de Vida: La Maestra Lisbeth Díaz y Su Lucha Contra el Cáncer

Por. Luis Román

Vamos a hablar del Príncipe Cáncer,
Señor de los Pulmones, Varón de la Próstata,
Que se divierte arrojando dardos
A los ovarios tersos, a las vaginas mustias,
A las ingles multitudinarias.
Algo sobre la muerte del Mayor Sabines.
Jaime Sabines

I

¿Alguna vez has sentido la terrible sensación de la incertidumbre? Dónde tus pensamientos y emociones son cristales rotos y las noches se hacen eternas, y el reloj parece detenerse. Y ese miedo de abrir los ojos y no saber que depara el destino.
Esta es parte de mi historia, fragmentos de sentimientos que el cáncer me ha hecho escribir, compartir mi dolor y sufrimiento como un pan amargo que deseo hoy compartir. Voy hablar no con el desdén que Jaime Sabines lo hizo al llamarlo “El Señor Cáncer, El Señor Pendejo, es sólo un instrumento en las manos obscuras de los dulces personajes que hacen la vida”.
Es la historia del cáncer, de mi angustia como profesora y de la ayuda que he recibido por parte del sindicato al cual pertenezco.
Como todo asesino, el cáncer actúa en la sombra del silencio. Primero fue una leve inflación en el cuello, no le tome importancia, después vino una fatiga insoportable, sudores nocturnos, dificultad para respirar, y comencé a perder peso, y mi piel me daba mucha comezón. Mi cuerpo no era ya mío, lo sentía ajeno, algo estaba pasando.
Mi esposo se dio cuenta de mi angustia, al igual mis hijos. Acudí al médico y ordenó realizarme una biopsia. Eran los últimos días de agosto de 2018. Será algo pasajero, ya pasara. Todo pasa bueno o malo; me repetía para calmarme.
Hoy que recuerdo, ¡Quién iba a decir que mi vida, mi cuerpo, mi familia y hasta el mundo cambiaria en esos años!
Aguardábamos en la sala de espera, con inquietud, Pedro, mi esposo, mi compañero decidió acompañarme, para estar al tanto de los resultados del estudio. Una ansia desenfrenada, me impedía estar tranquila, mis manos se acariciaban, como tratando de consolarse. Pedro, me miraba, y nuestras miradas se encontraban, sabíamos que estábamos ahí para esperar algo, pero no sabíamos qué. Nos miramos y sonreíamos.
Veía a los demás pacientes hablar, a las enfermeras bromear y me parecía ajenos, de otro mundo. Se abrió la puerta del consultorio donde pasaría, salió el médico y me llamó por mi nombre “! Lisbeth Díaz!”.
Nos levantamos mi esposo y yo, me cedió el paso, y entramos al consultorio. E médico nos pidió tomar asiento, luego él, hizo lo mismo. Nos saludó, nos hizo preguntamos sobre nosotros, hasta bromeo. Luego, tomó un sobre que estaba en su escritorio.
Comenzó a leer en silencio, las cuartillas tapaba su rostro, minutos después, bajo el informe del resultado, nos miró en silencio, y fue directo, como supongo les enseñan ser en la facultad de medicina: “No son buenas noticias, la probabilidad de cáncer de tiroides es muy alta”.

Fueron trece palabras pronunciadas en unos cuantos segundos. Para mí significó escuchar mi sentencia de muerte. Mi mente fue un remolino de mil temores, de malos presagios y me ausente por minutos del mundo. El endocrinólogo hablaba, pero no lo escuchaba. Sabía que la muerte me acechaba desde ese momento.
Para mí como para el resto del mundo, el cáncer es sinónimo de muerte. Sé que todos vamos a morir. Pero algunos se van de este mundo de manera súbita, sin avisar, tal vez un accidente. Pero de cáncer, es más cruel, sabes que vas a morir, y que puedes ir agonizando y acabándote de manera paulatina. Te verán consumirte tus familiares, tus amigos. Será costoso y doloroso ¡Dios mío! ¿Por qué a mí? ¿Que hice?
Nada escuchaba, el doctor era una película sin sonido, y regrese a este mundo, cuando concluyó “es necesario un protocolo de estudios porque urge la cirugía”.
El médico fue directo, y parco, anoto en el expediente y firmo, los documentos para ir al hospital de especialidades. Era todo, con él. Nos levantamos Pedro y yo, sólo la inercia de la amabilidad nos condujo hacia la puerta. El doctor se despidió de nosotros, y a mí, me apretó la mano y dijo “Ánimo Maestra, esto es simple rutina”.
Salimos, era verano de 2018. Finales de agosto, el cielo comenzaba a nublarse. No dijimos nada. Pedro guardo silencio, de camino al estacionamiento, todo fue silencio. A veces las palabras estorban, cuando se trata de expresar los sentimientos de miedo o muerte.
Me abrió la portezuela de la camioneta, tome asiento, él tardo en subir, cuando entró, nos miramos, y todo ese silencio que habíamos guardado en el consultorio y en el trayecto al auto, explotó, en un fuerte abrazo, me tomó de mi cabeza, acarició mi cabello y yo lloré. “Haremos todo lo posible para que estés bien amor”, y sus labios buscaron los míos. Sellábamos con un beso, el inicio de una carrera de vida y muerte. La vida no tiene lógica, yo salí desbastada, echa pedazos, y con la idea firme que la muerte me acechaba ¡Qué equivocada estaba! Dos años más tarde, con un tratamiento de yodo terapia y cirugías encima, Pedro, mi esposo, mi compañero que hoy se compadecía de mi, moriría de Covid.
Ahora había que llegar a casa para ver las caritas de mis hijos, quienes esperaban escuchar el diagnóstico del especialista, de esa bolita que había salido de mi cuello hacía unas semana , la cual con curiosidad tocaban y me preguntaban si no me dolía, efectivamente los tumores del cáncer no duelen hasta las etapas más avanzadas. Es ahí donde las mamás sacamos la fuerza para limpiar las lágrimas, sonreír y decirles que todo estará bien.

Todo cambio el cáncer, primero conmigo misma. Me veía en el espejo, y la erupción en el cuello iba creciendo, esto impedía a veces respirar, lo cual me ocasionaba una fatiga espantosa. Mi semblante, era otro. Mi mirada escondía miedo, tristeza. Con mis hijos, era el simular que no pasaba nada, y en realidad, el cáncer me estaba arrollando, me estaba carcomiendo. Pedro, fue solidario. Y en el trabajo. Era una maestra con 40 horas asignadas, mismas que impartía en tres escuelas distintas. Ir de una a otra, me distraía, me alegraba.
Hoy ese ritmo me mataba, tenía que fingir alegría con mis compañeros de trabajo. Con los muchachos era peor. Jóvenes al fin, nunca faltaba uno o más que me preguntaban “¿Qué le pasa maestra Lis? ¿Está bien? ¡Se ve tristeza!¡ Sonría maestra!
El trabajo docente de hacer la planeación, preparar las clases, pasar calificaciones e incluso escoger la ropa que me llevaría eran actos que si antes hacía con agrado, hoy eran un martirio. Por la noche, al intentar conciliar el sueño. La erupción cutánea de mi cuello, me impedía respirar, ni con dos almohadas, respiraba bien. Pedro me preguntaba “¿Estas bien?”. La respuesta era un fingido “! Si, no pasa nada!”

II

Iniciamos las visitas a al hospital de oncología, fueron muchos estudios. Otras tantas horas de estar en la sala de espera, y de no acudir a dar clases. Allí, la especialista decide darme incapacidad porque las citas a diferentes especialidades eran muy constantes además de los estudios y mi condición de salud seguía empeorando. Como toda empleada, temía a los descuentos y a los regaños de los directivos. En estas circunstancias no todos tus jefes te entienden.
Así me enteré por mi amigo y maestro Antonio Valdés, que el Sindicato de Maestros al Servicio del Estado de México; tenía un apoyo para docentes con cáncer. Acudí a Casa Sindical de la Región No.6. Acudí pero mencionaron que los documentos que tenía no eran suficientes, que ese apoyo es para casos muy extremos. Gracias a AMeCaT (Asociación Mexicana de Cáncer de Tiroides) comprendí que mi padecimiento no es de los más agresivos, Que su probabilidad de vida es mayor que otros.
Cada mes que visitaba a la Oncóloga me daba la incapacidad por 28 días para continuar con todo el tratamiento, incluyendo la cirugía hasta la yodo terapia. Han sido ocho cirugías y he sobrevivido: en 2019 de tiroides, en 2020 para extirpar los ovarios y de ganglios en 2022. Al entrar al quirófano, creo que hasta Dios ya sabe mis plegarias. En todas he confiado mi vida en sus manos. Pero de todas estas experiencias. Quizás la más terrible, ha sido la yodo terapia: ingresas a un búnker o habitación con paredes cubiertas de plomo, es frío muy frío, tal y como Dante imagino el infierno. Se te seca la boca y la saliva, te dan dos limones en las tres raciones de comida. No hay señal de internet, sólo revistas viejas. Permaneces de 24 a 48 horas. Sales de ahí con mil pensamientos sobre el destino, la vida y la suerte.
Tienes que permanecer en cuarentena, estas en tu habitación, pero nadie puede entrar ni a tu baño, ni tocar tu ropa que te cambias. La yodo terapia, es cruel y solitaria. Ahí te sientes sola, pequeña, indefensa.
Después de quedar sin tiroides, los cambios en mi cuerpo fueron devastadores hasta que con el ajuste de medicamento logré la estabilidad de mi organismo.
180 días se habían acumulado de incapacidades, me sentía nerviosa porque de por sí ya me habían quitado las 22 horas interinas que por motivos de mi enfermedad ya no volvieron a contratarme y mi sueldo cada día era menos, puesto que en la Ley Del Trabajo De Los Servidores Públicos Del Estado Y Municipios Art. 137 que a la letra dice: “Los servidores públicos que sufran enfermedades por causas ajenas al servicio, previa determinación que haga el Instituto de Seguridad Social del Estado de México y Municipios, tendrán derecho a que se les conceda licencia para dejar de concurrir a sus labores en los siguientes términos: IV. Cuando tengan diez o más años de servicio, hasta sesenta días, con goce de sueldo íntegro; hasta sesenta días más, con medio sueldo; y hasta ciento veinte días más, sin goce de sueldo.
Cuando regreso a la escuela llegaron las notificaciones que pronto se haría el descuento. Que difícil situación se vive con el desgaste físico y emocional de la enfermedad que padecía, para que también me tocara un desgaste económico. Cuando estas en el hospital te das cuenta que no eres la única docente que vive estas situaciones y es entonces cuando te das cuenta de la importancia de tener una prestación que pueda aplicar en estos casos.

Que tranquilidad se siente después de haber pasado por tanto, que la oncóloga te diga: -Los niveles de Tiroglobulina (La detección de niveles posoperatorios elevados o en ascenso indica la persistencia tumoral o metástasis) son muy bajos, entonces ya estaba en REMISIÓN (Disminución o desaparición de los signos y síntomas de cáncer). Me sentía nacer en ese Febrero 2020, nuevamente tenía una oportunidad de disfrutar la vida. Valorar cada detalle, incluso las discusiones con mi Director las veía como experiencias de saber que estaba viva, viva Es ahí donde el cáncer me enseña QUE LA VIDA TIENE MOMENTOS BUENOS Y MALOS PERO TODO ES VIVIR!
Lo que sólo conocía a través de los libros de historia, se hizo realidad. Apareció el Covid 19 en China, y en menos de dos meses la OMS – Organización Mundial de la Salud – la declaro como pandemia. Aparecieron los primeros contagios y muertos en México. Y se identificó a la población vulnerable, y entre ellos estaban las personas que como yo, padecían cáncer. ¡Dios Mío! tenía que seguir visitando el hospital con mis estudios de control y en abril 2020 me contagio.
Como he dicho, fueron días oscuros y semanas de miedo. Pedro se contagio y murió. Y me quede yo aquí, No se si Shakespeare haya tenido razón al escribir esos versos crudos y reales “La vida es una historia contada por un idiota, llena de sonido y furia”.
Agradezco infinitamente al SMSEM y a mi Delegada Sindical que en ese momento era la Profa. Lucila Jácome Velázquez, que de manera oportuna actuó para apoyarme con un médico por teléfono, la prueba diagnóstica y el seguimiento telefónico por parte de una epidemióloga quien da seguimiento a mi caso para tratarme y lograr recuperar mi salud. Qué bueno que hoy en día El SMSEM realice campañas de vacunación contra este virus para docentes y pueda brindar el derecho de protección a la salud e impedir riesgos sanitarios, evitando que gente de nuestras familias pierda la vida como lo viví con mi esposo. En mayo del mismo año que me contagio. De nuevo, la muerte me susurraba al oído: ¡vive!

III
Siempre me sentí agradecida con el sindicato por los apoyos que recibí, como la gratificación por 25 a 29 años de servicio, las becas de hijos de maestro el apoyo durante mi padecimiento por Covid-19, la gratificación por fallecimiento de mi esposo. Fue así que me postulo como Secretaria General de la Delegación S146 junto con otros compañeros y ganamos en Febrero 2022.
Nuevamente tuve sentimientos encontrados, por un lado feliz al participar en un acto democrático y haber ganado y por otro preocupada porque se desconocía donde había regresado el cáncer que en los estudios de sangre se hacía presente.
Por octava ocasión me intervienen quirúrgicamente, un tumor en ovario izquierdo y metástasis en ganglios del cuello del lado izquierdo y las incapacidades llegan a 90 días, otra vez la notificación del descuento llegó.
Cuando recupero mi salud me toca participar en las propuestas para El Consejo Estatal Ordinario donde de manera formal surgen nuevos beneficios por el Comité Ejecutivo Estatal 2021- 2024 “Licencia Con Goce De Sueldo, Hasta Por Seis Meses A Favor De Los Docentes Frente A Grupo Que Padecen Enfermedades De Prolongada Recuperación De Su Salud”. Fue una inmensa alegría al saber que más docentes que se encuentran en tratamientos prolongados, ya no estarían en las mismas condiciones que yo y gozarían de esta garantía para su tratamiento.
Cada día estoy más orgullosa y agradecida de pertenecer al SMSEM El trabajo que ha encabezado el Profesor Marco Aurelio Carbajal Leyva como Secretario General y gran líder sindical, durante su periodo, su legado ha sido de gran ayuda para el magisterio estatal, Es un hombre ejemplar dentro de la labor sindical a quien admiro profundamente. Disfruto escuchar sus discursos pues me inspiran a seguir la labor docente con ahínco.

Actualmente tengo 30 años en el servicio docente frete a grupo, sigo disfrutando cada mañana el regalo de seguir viva, sirviendo a mis alumnos, compañeros docentes de mi delegación sindical, amigos y familia. Deseo que mi experiencia de vida ayude a quien la lea, a disfrutar cada día y valorar los beneficios que tenemos los docentes con nuestro Sindicato De Maestros al Servicio del Estado de México.
Vivir es estar en búsqueda de algo: Pedro, mi esposo murió, tanta ilusión que tenía de verme superar al cáncer. Mis compañeras, me enviaban videos de mis alumnos pidiéndome que volviera pronto. La jovencita que fui, al iniciar a los 19 años la carrera magisterial, hoy es una mujer de medio siglo. Mi padre me abrazo por este medio siglo de vida. Días después, murió. Me dijo que yo tendría que vivir para ver a mis hijos.
Pedro no se fue, está en ellos, en mis hijos, son testimonio real del amor que nos profesamos. Me veo al espejo y veo a mi padre. ¿Saben amigos lectores? La vida es dura, cruel y hasta por momentos parece un vil infierno. Pero al final es bella. Ahora sé que aunque viviera 250 años, aún así serán pocos. Quisiera vivir mucho para seguir siendo docente, me gusta dar clases. Para ver a mis hijos lograr sus metas y para mirar y admirar todo lo que me rodea: las estrellas que muchas veces fueron mis únicas confidentes de mi miedo, la luna que me ilumino mientras lloraba, o el sol y el viento que me acompañaron mientras caminaba sola. Si, la vida es bella. Eso me ha enseñado esta batalla con el cáncer. El cáncer me ha quitado muchos miedos y me ha enseñado a aceptar lo que se presenta bueno o malo. Siempre me ha gustado bailar, y he bailado al son que la vida ha ordenado.
Y al final, todo pasa, bueno o malo. Todo pasa y se convierten en recuerdos que hoy comparto con ustedes. Me vienen a la mente lo escrito por el Nicolás Gogol “Sólo aquel que ha estado en el infierno, puede apreciar el verdadero valor del cielo”

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